Héctor Zagal
 

Dr. Héctor Zagal
Profesor Investigador Facultad de Filosofía
Universidad Panamericana

Hace un año se volvió viral la noticia de una demanda en contra de los progenitores. ¿La razón? Los padres traen al mundo a sus hijos sin el consentimiento de estos. Raphael Samuel anunció que demandaría a sus padres por haberle dado la vida y obligarlo a padecer las dificultades de ésta sin preguntarle antes. Samuel ha afirmado que con la demanda espera obtener como compensación una manutención vitalicia, pues si él no eligió vivir, no tendría por qué mantenerse él mismo. Aunque afirma amar a sus padres y tener una buena relación con ellos, Samuel considera que su nacimiento fue fruto de un deseo egoísta por alegría y placer de parte de sus progenitores.

Samuel también es un vocero de ideas antinatalistas, es decir, en contra del nacimiento de más niños por considerar que no es justo traerlos a la vida y porque representan un alto costo ambiental y social.

No es la primera vez que se intenta recurrir a la ley para defender causas así. Hace poco leí que un estadounidense llamado Christopher Rollen había intentado patentar el uso de poderes divinos. De acuerdo con Rollen, los poderes divinos podían estar detrás de un adelanto tecnológico, médico y hasta de la magia de grandes ilusionistas. No sólo eso, Rollen afirma que él es Dios en la Tierra, por lo que quien quiera hacer uso de los poderes divinos, debe pedir su permiso y entregarle el 10% de las ganancias. Rollen demandó a David Copperfield por el uso ilícito de poderes divinos en el escenario.

Sin embargo, le ofreció una solución: si demostraba que detrás de sus actos no había magia sino trucos apoyados en las leyes naturales, retiraría la demanda. Claro que Copperfield no lo convenció y Rollen insistió con la demanda. Al final, no procedió.

Muchos se han hecho pasar por representantes de Dios para acusar a otros, pero también le ha tocado a Dios ser juzgado por crímenes contra la humanidad. Al menos así lo afirmaba Anatoli Lunacharski (1875-1933), comisario de Instrucción pública del primer Gobierno bolchevique y un muy cercano colaborador de Lenin. El 16 de enero de 1918, se organizó un juicio en contra de Dios, representado por una Biblia en el banquillo de los acusados. Se enlistaron desastres naturales, humanitarios y pecados de los miembros de la Iglesia como parte de los crímenes divinos. Pero Dios no estaba solo; le proporcionaron defensores que abogaron por la absolución argumentando que el Creador sufría demencia. Después de una breve deliberación, el tribunal encontró culpable a Dios y se dictó la pena de muerte. Al día siguiente, un pelotón disparó contra el cielo de Moscú.

Ya saben lo que dicen de los escupitajos al cielo…
Sapere aude! ¡Atrévete a saber!

@hzagal

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana