Héctor Zagal
 

Héctor Zagal

Profesor investigador de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana CDMX

 

¿Qué prefieren? ¿Gatos o perros? Estos animales, por muy dóciles y cariñosos que sean, no dejan de ser capaces de mordidas o arañazos letales. (Aunque, como dice mi amigo Obdulio, también de los seres humanos se puede esperar cualquier cosa…)

¿Se acuerdan del meme de gatos y perros? Un perro recibe comida y caricias de su hombre y dice para sus adentros: “¡qué bueno es mi amo!”. Un gato recibe un trato similar y dice para sus adentros: “Los humanos me adoran. ¡Soy un dios!”.

Por mucho que queramos a nuestras mascotas, hay un trecho de incomunicabilidad que no podemos salvar. Sin un lenguaje racional compartido, tenemos que confiar en los gestos, instintos y emociones que compartimos con ellos. Sin embargo, no dejan de ser nuestros muy queridos compañeros y, a veces, parecen entendernos mejor que otros de nuestra misma especie. No obstante, siempre será un misterio cómo nos ven.

Entre que podemos comprendernos o no, lo interesante es que en el caso de ambos animales, nuestra amistad con ellos se basó, primeramente, en mera utilidad. Los gatos han sido claves en nuestra lucha contra ciertas plagas, especialmente la de las ratas. Parece que su domesticación empezó en el antiguo Egipto. Dada su abundancia de granos, las ratas y ratones no tardaron en ocupar los graneros y devorar todo a su paso. Pero donde hay ratón, hay gato. Cuando los gatos salvajes llegaron y terminaron con los roedores, los egipcios advirtieron que eran el mejor control de plagas. Así, poco a poco, gatos y humanos se hicieron amigos. Dicen que, conscientes del servicio que brindaban a los humanos, los gatos se volvieron altaneros y poco sumisos pues el ser humano, más que un amo, es un protegido, un cliente. Por algo los gatos eran sagrados en Egipto.

Nuestra historia con los perros tiene algo de utilidad también. Los perros (Canis lupus familiaris) descienden de los lobos (Canis lupus). ¿Cuándo empezaron a diferenciarse? Algunos consideran que fueron los restos de comida que dejaban nuestros antepasados nómadas lo que fue atrayendo a los lobos. Después, cuando el ser humano se asentó en comunidades agrícolas, los lobos que se adaptaron para poder digerir mejor el almidón. En un primer momento, nuestros peludos amigos se volvieron más dóciles para poder disfrutar de nuestros desechos comestibles más que por mero cariño. A cambio, los seres humanos ganamos a un compañero amable con su amo, pero fiero al momento de defenderlo. Pero nuestro cariño por los perros va más allá de este intercambio de utilidades, ¿no creen? No sólo los queremos por su protección, sino por su compañía y su fidelidad, cualidades que buscamos en cualquier amigo humano. Cuando una mascota muere, nos ponemos tristes. Y es que las mascotas son más que un objeto. Aunque algunos no piensan así.

Aristóteles pensaba que no podíamos ser amigos de los animales porque la amistad es una relación de reciprocidad entre iguales, en la que se comparten gustos, valores e ideales. Una verdadera amistad está fundada en el diálogo y en el intercambio racional, no sólo pasional. Sin la posibilidad de comunicarnos racionalmente con nuestras mascotas, piensa Aristóteles, no podríamos decir que tenemos una amistad con nuestro perro o nuestro gato. Pueden ayudarnos a mitigar la soledad, pero no más. ¿Qué opinan ustedes? ¿Está en lo correcto el filósofo?

Sapere aude! ¡Atrévete a saber!

@hzagal
LEG

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana