Ni un monje budista habría resuelto el enigma madridista de forma más eficaz: ¿cómo resolver la falta de gol? Optimizando los pocos que anotas.

La gran diferencia del año 1 post-Cristiano Ronaldo respecto al actual, ha sido la solvencia defensiva. Aquel Real Madrid errático y oxidado, dirigido hasta por tres entrenadores en un mismo curso, que buscaba con desolación a Cristiano en el área, acumulaba a estas alturas apenas un par de goles menos que el actual. La enorme diferencia radica en los tantos recibidos, casi el doble.

Tras intentarlo repescando a Mariano del futbol francés donde fue terror de los arqueros rivales, tras gastar una millonada en un Luka Jovic tan prolífico en la Bundesliga, tras acelerar los procesos de dos adolescentes como Vinicius y Rodrygo, tras dar la enésima oportunidad al desinteresado Gareth Bale, tras llorar la grave lesión de Marco Asensio, tras asumir que Eden Hazard no vino por un rol protagónico, tras reafirmar que el esteta Karim Benzema nunca será un troglodita del área, el Madrid ejecutó una especie de metamorfosis.

Como si algo de su vecino Atlético se le hubiera pegado, el inminente campeón de esta liga española luce demasiado cholista. Juega siempre apretando un cuchillo entre los dientes, convierte el sufrimiento en hábito, disfruta los minutos de alta tensión, cocina a fuego lento a su contrincante, se desgasta más de lo recomendable, es solidario y sacrificado, no varía demasiado si alinea uno u otro, anota poco pero le anotan mucho menos (otra comparación: en la última ocasión que ganó la liga pasó de los cien goles; ahora podría ni siquiera llegar a los 70).

El retorno de Zinedine Zidane en marzo de 2019, ya con todos los títulos perdidos, parecía propio de mártires. ¿Para qué regresaba a un remedo de equipo, escuálida sombra del que ligó tres Champions consecutivas? ¿Qué necesidad tenía de reconstruir donde no se intuían más que ruinas? ¡¿Cómo pensaba vivir sin el gol por partido que hasta unos meses atrás ofrecía el exiliado Cristiano Ronaldo?! Ante todo agobio y presión, Zizou ofreció a las cámaras su mueca serena. Máxime cuando este certamen no superó en sensaciones al anterior. Puntos perdidos por todos lados, fragilidad, inoperancia ante el arco rival. Como sea, se coronó en una Supercopa a la que sólo había sido invitado por un cambio de formato.

Quizá al vencer al Atleti sin anotarle en esa final, el pragmático Zidane reinventó el camino: visto que no había elementos para celebrar muchos goles, aprovechar al máximo los pocos que cayeran… y así se ha asentuado desde el regreso del parón por la pandemia. En siete encuentros, apenas dos tantos en contra.

La nueva misión merengue, una vez que certifique este título de liga, se antoja más complicada. Remontar al Manchester City en la vuelta de los octavos de final de la Champions, lo cual sólo será metiéndole al menos dos dianas. Si lo consigue, será el rival que nadie querrá enfrentar en la definición programada para Lisboa: a partido directo, con una ronda cada pocos días, este Madrid espanta. Con el estoicismo que nadie entiende cómo se le impregnó, con la incombustible tradición de ganar que caracteriza a esa casa.

 

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