Una placa en el East End londinense explica a los transeúntes la significación histórica de esa esquina: “La Batalla de Cable Street. La gente del East End se reunió en Cable Street el 4 de octubre de 1936 y repelió la marcha del fascista Oswald Mosley y sus Camisas Negras a través de las calles del East End, con el grito ¡No pasarán!”.

Episodio vinculado a la Fórmula 1 de las últimas décadas, cuando el hijo del ultraderechista Oswald, Max Mosley, encabezó junto con su gran amigo Bernie Ecclestone la máxima categoría del deporte motor.

Más allá de que a la boda de los padres de Max asistieron personajes como Hitler y Goebbels (finalmente, la Unión Británica de Fascistas y Nacional Socialistas fundada por Oswald constituía el Partido Nazi del Reino Unido), más allá de que en 1958 el adolescente Max participó en los choques raciales de Notting Hill en contra de jóvenes negros, Mosley dejó su cargo al frente de la Fórmula 1 en 2009, tras filtrarse videos en los que aparecía en una orgía con mujeres portando suásticas.

A partir de ese escándalo, Ecclestone se quedó solo en el trono de la Fórmula 1. Mientras hacía fluir los millones y elevaba exponencialmente los ingresos, zanjaba toda polémica a su estilo, orgulloso de que le apodaran dictador. Por ejemplo, cuando Rusia se había anexado Crimea y estaba cerca el Grand Prix de Sochi: “El señor Putin nos apoyó enormemente y fue muy servicial. Nosotros vamos a hacer lo mismo”. Algo similar cuando Bahréin en 2012 se encontraba en medio de fuertes protestas y violenta represión de las mismas, pero igual se disputó la carrera. Controlaría en solitario ese emporio hasta que en 2016 el serial fue vendido por 8 mil millones de dólares a Liberty Media.

Con esos antecedentes, es evidente que Bernie tiene tanta autoridad para impartir cátedra sobre negocios y alta gestión del deporte, así como nula en materia de derechos humanos o igualdad. El mismo que promoviera a su compadre Mosley para ser Primer Ministro británico o elogiara a Hitler, es quien hoy critica a Lewis Hamilton por su activismo en el marco del movimiento Black Lives Matter.

“La gente debería pensar un poco. En algunos casos, los negros son más racistas que los blancos (…) No es mi culpa que yo sea blanco o chaparrito. En la escuela me llamaban Titch (renacuajo) y me di cuenta de que tenía que hacer algo al respecto. La gente negra debería hacer lo mismo. Ahora de repente hablar de diversidad es moderno”. Eso ha propiciado que la Fórmula 1 rompa el último vínculo que le quedaba con su otrora mandamás.

En la Nascar se ha dado un gran paso prohibiendo la bandera confederada, aunque con penosas resistencias, como la soga dejada al único piloto afroamericano del campeonato, Bubba Wallace. En la Fórmula 1, Hamilton externó su molestia al señalar que ninguno de sus colegas condenó el muy sonado asesinato de George Floyd a manos de la policía de Minnesota. Cuando el serial al fin ha comprendido que no existe otro camino que respaldar esa lucha, su viejo jefe emerge sin novedad. Como siempre, mano a mano con Mosley, unido a perpetuidad a esa placa en el East End londinense.

 

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