Mientras Ángeles atiende a un cliente en su escritorio, comienza a sonar la alerta sísmica; de inmediato se levanta y comienza a caminar hacia la salida del banco en el que trabaja, al interior de una plaza comercial en la alcaldía Iztapalapa.

Aunque las plazas comerciales se encuentran cerradas debido a la pandemia de Covid-19, los bancos dentro de las mismas permanecen en funcionamiento, pues sus actividades son consideradas esenciales.

El agente de la Policía Bancaria e Industrial que vigila la sucursal comienza a pedir a trabajadores y clientes que abandonen el local en que se encuentra el banco. Sin embargo, esa entrada de la plaza se encuentra bloqueada por tablones, para controlar el flujo de gente que entra y sale durante la pandemia de Covid-19.

Todos comienzan a colocarse en las columnas del edificio, con temor a que, rodeados de aparadores de cristal, el temblor no ocasione algún desastre.

De pronto, llega un guardia de la plaza, quien grita a todos “ahorita les abro por aquí”.

El trabajador los lleva a una pequeña entrada de servicio, donde clientes y trabajadores salen al estacionamiento del centro comercial, justo cuando comienza a temblar.

Todos esperan con el corazón en la mano a que deje de moverse el suelo, el edificio, los árboles y ellos mismos por el temblor de magnitud 7.5 que cimbra a la Ciudad de México.

Cuando termina, salen a tropel decenas de empleados y clientes de un centro de atención a clientes de una empresa de telefonía celular.

Ubicados en el tercer piso de la plaza, lejos de la salida más cercana, tuvieron que quedarse dentro mientras todo se movía. Una señora, empleada de limpieza, comienza a llorar justo al sentirse segura fuera del inmueble.

Para ellos todo salió bien, es un sismo más en la Ciudad de México.

leg