Héctor Zagal
 

Héctor Zagal
Profesor investigador de la Facultad de Filosofía
Universidad Panamericana CDMX.

 

Hace unos días, el filósofo Guillermo Hurtado publicó el artículo “Filosofía política de la vejez” donde nos anima (sí, yo soy viejo) a organizarnos políticamente y exigir nuestros derechos en un mundo enloquecido, donde los viejos somos discriminados laboral, social y económicamente.

Ayer, 15 de junio, fue el Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez. La ONU ha impulsado este día para señalar las pésimas condiciones en las que viven miles de ancianos alrededor del mundo. Sí, a mí me gusta usar las palabras “viejo” y “anciano”. Creo que detrás del lenguaje políticamente correcto que utiliza efuemismos como “pesonas de la tercera edad”, se esconde un deje de discriminación. ¿De verdad pensamos que “viejo” es una palabra obscena? Esta búsqueda de una manera “más suave” de hablar de la vejez sólo revela nuestro pavor ante ella y lo poco que la respetamos.

La vejez no sólo se refleja en el cuerpo, en el pelo cano, en la postura vencida o en las arrugas.

También es una cuestión psicológica. Los jóvenes suelen decir que los ancianos no los comprenden; sin embargo, en gran medida se debe a que no se incluye a los viejos en el día a día, como si ya no tuvieran lugar. En algunos lugares de Europa, cuando uno llega a cierta edad, la jubilación es forzosa.

¿Qué nos extraña, pues, que los viejos no estén “actualizados” si se les expulsa del mundo laboral?
¿Qué es envejecer? A mí me conmueven las palabras que Sófocles pone en boca de Edipo, pobre, ciego y envejecido: “La vejez y la muerte, a su tiempo, sólo a los dioses no alcanza.

El omnipotente tiempo arrastra todas las demás cosas: se consume el vigor de las tierras, se consume el del cuerpo, perece la confianza, se origina la desconfianza y no permanece el mismo espíritu ni entre los amigos ni entre una ciudad y otra”. Estos versos de la tragedia de “Edipo en Colono” son desgarradores. La pérdida de la confianza y del espíritu entre amigos y vecinos nos hablan del lado obscuro de la experiencia: quien mucho ha vivido sabe de traiciones, decepciones y tristezas.

En el imaginario popular, el joven está lleno de esperanzas; el viejo, de recelos. Justamente esta experiencia es lo que baña de un halo de sabiduría a los ancianos. ¿Es acertada esta imagen?

Pero por sí sola, la edad no da sabiduría, ni tampoco nos vuelve peores. Cicerón considera que envejecer potencia las virtudes o los vicios que fueron cultivados durante la juventud y la adultez. Y esto que se aplica a los individuos, también se aplica a las sociedades. Quizá mi generación fue la primera que despreció culturalmente la vejez. “Corre, lo viejo está detrás de ti”, decían un grafiti de mayo francés en 1968. Hoy estamos recogiendo los frutos que sembramos.
Sapere aude! ¡Atrévete a saber!

@hzagal

LEG

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana