Se mide la inteligencia de un individuo por la cantidad

                                                                                             de incertidumbre que es capaz de soportar

                                                                                                                                                  Kant

 

Todos los seres humanos buscamos constantemente orden, predecibilidad, certeza, seguridad, familiaridad. El conjunto de estas sensaciones es lo que nos proporciona el tan anhelado sentimiento de bienestar, esa “burbuja” protectora que hemos confundido con la felicidad, cuando en realidad es solo un rellano en la infinita escalera del desarrollo personal.

Pero a quién le interesa el desarrollo personal, si puede ceder al canto de las sirenas y entregarse a la ilusión de seguridad y certeza permanentes. Donde quiera que el hombre pretenda encontrar “estabilidad infinita”, es decir, “quedarse para siempre”, estará paradójicamente perpetuando su sufrimiento, cediendo su poder a quien pueda manipularlo, induciendo y aumentando ese miedo al que se ha anclado para evitar lo único inevitable en el universo: la omnipresente incertidumbre.

Aventurarse a descubrir por qué hay personas que conviven bien con la incertidumbre y otras que apenas la toleran sería una tarea disruptiva para lo que hoy nos ocupa. Simplemente es un hecho. Lo importante es saber cómo la intolerancia personal a la incertidumbre se magnifica a nivel social y qué efectos tiene.

Comencemos por señalar que todas las religiones del mundo, todas las ideologías, sociales, políticas, económicas o filosóficas, son creaciones mentales del ser humano para organizar, estructurar, reducir y simplificar al máximo el conocimiento.

Esto le permite a las sociedades tener creencias y normas compartidas por sus miembros, que les dan certeza sobre lo que cada quien “debe” ser, lograr, hacer en diversas situaciones y, sobre todo, cómo deben relacionarse unos con otros.

Esto es así porque el ser humano tiene a nivel individual y colectivo la imperiosa necesidad mental, vital, vaya, de hacer con sus experiencias, sus percepciones, sensaciones y aprendizajes lo que se conoce como cierre cognitivo. O sea, explicarse las cosas, para sobrevivir, en primera instancia, para perpetuarse como especie y para ir creciendo emocional y espiritualmente.

Sin embargo, para quienes son intolerantes a la incertidumbre, explicarse las cosas, a toda costa, aún mediante el autoengaño, la mentira y la negación de evidencias en contrario, es no solo imperativo, sino urgente.

La desigualdad social, la injusticia y la inequidad producen en los ciudadanos incertidumbre, ante la incapacidad de controlar las situaciones que rompen la seguridad colectiva e individual, como la delincuencia, la falta de oportunidades laborales o educativas, por ejemplo.

Se aferran entonces a ideologías, corrientes políticas o religiosas que les prometan solución a aquello que los asusta. Su necesidad de “bienestar” emocional los lleva a detener la búsqueda de información y asirse a promesas para calmar su perturbación.

Son las mentes “adictas” a una respuesta rápida sin importar la veracidad de la misma. Su ansiedad exige satisfacción y/o compensación inmediata, pues la incertidumbre los incapacita mental y emocionalmente.

Su profunda y devoradora necesidad de sentirse seguros los lleva a considerar verdad incuestionable ese conocimiento rudimentario, distorsionado o ilógico al que decidieron aferrarse para continuar su vida diaria, sin morir de angustia en el intento.

La pluralidad en las sociedades es producto de los diferentes cierres cognitivos a que llegan diversos grupos sociales según su posición socioeconómica, sus raíces religiosas, condiciones culturales, educativas y hasta su identidad de género.

Cuando a alguien su grupo ya no le ofrece el conocimiento suficiente y convincente para permanecer en su zona de confort social, migra a otro grupo, primero aspiracionalmente. En el trayecto debe lidiar con la incertidumbre, por supuesto.

En realidad, éstos últimos, los que lidian, son los menos. La mayoría se aferra a lo que cree saber, cobijada en otros para sentirse en lo correcto. Se mimetizan con sus juicios y se hacen impermeables a la información nueva. Mientras más se niegan a las evidencias, más sufren la callada ansiedad de saber que tienen miedo.

Mientras más miedo, más estulticia, agresividad, necedad, cinismo y odio. Ahora sabe quiénes son los haters y… aquí la dejamos.

 

                                                                                                                  delasfuentesopina@gmail.com

                                                                                                                              @F_DeLasFuentes