Alonso Tamez

La grieta entre lo que López Obrador ofreció en 2018, y lo que está pasando en la realidad, es cada vez más grande. Lo es, particularmente, en el tema del combate a la corrupción. Los contratos al hijo de Manuel Bartlett, los supuestos sobornos a Ana Guevara, y ahora el megacontrato a un empresario ligado a Rocío Nahle, nos recuerdan que México será liberado de la corrupción, pero no por este gobierno.

 

 

La grieta también existe y crece, al hablar de crecimiento. El prometido 4% se veía muy difícil desde antes del Covid-19. Por ejemplo, en 2019, México no creció el 2.1% que el FMI había pronosticado apenas en enero de ese año (El Financiero, 21/01/19). Es decir, entre ese 2.1% a inicios de 2019, y el decrecimiento final del país de 0.1%, hubo 12 meses de mala administración financiera y económica.

 

 

Así como estas, hay otras grietas crecientes en materia de seguridad pública, de generación de empleo, y hasta en materia energética. Pero el peligro de estas y otras fisuras narrativas no es que existan; en todos los países hay una diferencia entre lo que prometen los políticos y lo que realmente hacen —aunque la diferencia aquí sea bastante—. El problema de las grietas es lo que puede salir de ellas.

 

 

Por ejemplo, si para el cuarto o quinto año de gobierno estas grietas se traducen en un rechazo mayoritario de la población al presidente y a su partido —digamos, un 60 o 70%—, preocupa lo que puede aparecer en un país donde el argumento central sería: “Falló el PRI, falló el PAN y ahora falló MORENA. Qué se vayan todos”.

 

 

Justamente ayer un amigo me preguntó que qué veía como lo más preocupante hacia el final del sexenio. Le contesté que el surgimiento de un movimiento político “contra todo”. Contra PRI, PAN, MORENA, PRD y los otros. Contra la derecha y la izquierda. Contra medios, empresas y sindicatos. Contra el sistema completo.

 

 

En un escenario con ese grado de incertidumbre económica y decepción política, el atractivo para que el pueblo apoyase un movimiento así, sería grande. Pero es una trampa. El vacío que crea un “qué se vayan todos” es mucho más arriesgado que asumir que la democracia es, usualmente, elegir entre opciones (muy) imperfectas. Es abrir una puerta a destruir todo, pero sin tener un plan coherente para construir algo.

 

 

@AlonsoTamez

 

 

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