Sea por no soportar la presión de la grada, sea por no concentrarse en medio del estruendoso frenesí de un partido, sea por sofocarse bajo el peso de lo que se juega, sea porque en realidad no son tan buenos y sólo destacan cuando se les marca con mayor relajación, siempre ha existido esta futbolera personalidad doble.

Retomando la célebre novela de Robert Louis Stevenson, esos futbolistas que personifican a Dr. Jeckyll al entrenar: vuelan, anotan, driblan, ofrecen bellos malabares a los escasos testigos; esos que al saltar a un cotejo oficial mutan en Mr. Hyde: se esconden, apenas toman el balón, sus ideas se enredan en las piernas, corren nostálgicos de lo que suponen o asumen que debieron ser.

Franz Beckenbauer, el otrora hombre más respetado del futbol (campeón mundial como capitán en 1974 y como entrenador en 1990; presidente del Comité Organizador del Mundial más exitoso de la historia en 2006), desde hace seis años purgado de este deporte por corrupción, dio en el clavo con una frase: “la reanudación de las ligas sin público es el momento para los campeones de los entrenamientos”.

Se ha referido a esa especie de grandes actores en los ensayos, a quienes todo resulta de maravilla pero estrictamente al practicar, a los que al pitarse el inicio padecen amnesia de lo buenos que son y de lo que han mostrado que saben hacer.

Para esos campeones del entrenamiento, acaso nada mejor que un partido que luce como eso, como entrenamiento, entre huecas patadas al balón y ecos de gritos entre compañeros. En Corea del Sur buscaron rellenar las gradas con tan mal tino que recurrieron a poblar las butacas ­–dicen que por confusión– con muñecas sexuales. En el beisbol de Taiwán se escucha de fondo una batucada que no deja de descubrirse artificial. En algunas instalaciones de Alemania han tenido la espléndida iniciativa de vender los espacios con fotos en tamaño real de aficionados, recaudación destinada a la emergencia sanitaria. En España se medita acompañar las transmisiones con sonido ambiente de esa lejana era en la que se podía ir al estadio y ver en persona cuanto acontecía sobre el césped. En Dinamarca se ha estrenado la afición virtual, pantallas con miles de enlazados por zoom, intentando coordinarlos para que canten juntos.

Por vueltas que le demos, el futbol post cuarentena continuará propiciando el festival de esos reyes del entreno. Esos a los que en Argentina también llaman “pecho frío”, adjetivo con numerosas acepciones (se ha utilizado de modo híper absurdo contra Lionel Messi, dando a entender que en Barcelona sí hace lo que con la selección no, o que la presión le puede, o que la acecha el fantasma de Maradona).

En el reinicio de la Bundesliga todavía no hemos visto la consolidación en domingo de esos campeones de entre semana. Ahora que ya puede apuntarse en la agenda el retorno de la liga española (11 junio con el derbi andaluz Sevilla-Betis) y de la inglesa (17 de junio con el Mánchester City-Arsenal), podremos estar pendientes de tan quirúrgica definición del Kaiser Franz. O quizá no. Acaso el problema de esos personajes que palidecen en la oficialidad no es la afición y el pánico escénico, sino el saber que se disputa algo.

 

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