Guadalupe Buendía Torres, La Loba, personificó al cacique priista todo poderoso en su tierra, en donde no pasa nada sin su consentimiento. Un poder que le dio su cercanía a miembros del gobierno de Ignacio Pichardo Pagaza y la tolerancia de otros gobernadores, quienes le dejaron pasar invasiones, agresiones, incluso acusaciones por homicidio, como si no pasara nada, hasta que ya no les fue útil y la encerraron.

Alcaldes, diputados, líderes de colonia y hasta empresarios locales pedían su respaldo para dar un paso adelante, atrás o a un lado.

La recuerdo en su casa, en una fiesta de cumpleaños, en una especie de emulación a Vito Corleone, guardando las proporciones.

En su patio principal políticos y periodistas; en el trasero pepenadores y recolectores de basura. De pronto, con música y cohetones llegó un contingente de bicitaxistas y conductores del transporte público. La lideresa salió a recibirlos. Todos ellos se formaron para expresarle su respeto y felicitarla, al tiempo que le entregaban un obsequio.

La salutación se extendió por varios minutos. Al término sus seguidores la rodearon y le ofrecieron una porra: “Una porra, doña Loba, una porra…”.

Finalmente Guadalupe Buendía Torres consintió el gesto y ella misma la encabezó. Su rostro amable se transformó y lanzó su grito de batalla:

–¡La Loba es…!
–¡Culera!
–¡La Loba es…!
–¡Culera!.

La había visto en otras ocasiones: un día que entró a una oficia del segundo patio de Palacio Municipal de Chimalhuacán y sacó a una mujer para golpearla. Me sorprendió porque los policías sólo veían y cuando ella los miraba a la cara ellos volteaban el rostro. La vi en una comida en la colonia San Lorenzo –en donde la entrevisté sobre el problema del agua– allá por 1994, en donde llamó por celular al alcalde para decirle que ya iba para su oficina que no se fuera a mover.

Para ese momento ya había salido de la cárcel, a donde fue llevada luego de protagonizar un enfrentamiento a balazos, con un grupo de comuneros, que duró tres noches enteras. Ya pesaban acusaciones de homicidio, lesiones y secuestro en su contra.

Había sido tolerada por varios gobernadores mexiquenses: Ramón Beteta, Ignacio Pichardo, Emilio Chuayffet y César Camacho hasta que en el 2000 se dio el rompimiento con su compadre Jesús Tolentino, líder estatal de Antorcha Campesina, y protagonizaron un enfrentamiento en el que murieron 10 personas, hubo varios lesionados, algunas patrullas quemadas…

Ahí se acabó el cobijo gubernamental y fue detenida, hasta su muerte, esta madrugada, víctima del Covid-19.

*Autor del e-book Doña Loba una historia de cacicazgo y poder editado por Random House en 2013