La ruta diseñada por este Gobierno desde la campaña política incluyó hacer los cambios legislativos más importantes durante la segunda mitad del mandato, tras las elecciones federales intermedias.

 

Sus expectativas, muchos meses antes de las elecciones, era ganar la presidencia y posiblemente tener una mayoría simple de la mano de todos los partidos satélites que aliaron en torno a su candidato, Andrés Manuel López Obrador.

 

El sueño de la 4T era convencer a todo el pueblo de lo buenos que eran gobernando, que lograrían la mayoría absoluta en las elecciones de diputados de 2021, para que en ese momento hicieran todos sus cambios.

 

No imaginaron dos cosas. La primera, que arrasarían en las elecciones de 2018. Y, la segunda, que sus ideas arcaicas y arbitrarias derrumbarían la economía en 2019.

 

El año previo a la gran crisis de la Covid-19 demostró que la 4T era un fracaso como modelo de desarrollo nacional. Y la actual contingencia económica derivada de la pandemia del SARS-CoV-2 no hace sino confirmar que ese camino solo tiene por destino una crisis económica profunda en México.

 

Mucho debería agradecer López Obrador a los Gobiernos anteriores, esos que califica de neoliberales y conservadores, porque le dejaron un marco de estabilidad financiera que brinda un poco de contención a los efectos devastadores de sus políticas económicas de Gobierno.

 

La pandemia lo precipitó todo. La recesión a la que llevó al país durante 2019 ya le empezaba a quitar clientela política, pero el mal manejo económico en medio de una también mal manejada emergencia sanitaria, hace dudar que pueda conservar la mayoría en la Cámara de Diputados.

 

Por lo tanto, la decisión es acelerar la 4T. Es el anillo al dedo que tan cínicamente presumió en tribuna. Es acelerar las decisiones radicales, usar al Congreso en las que se pueda y en las que no, dar pinceladas de autoritarismo a punta de decretos presidenciales.

 

La intentona de hacerse del control presupuestal por la vía de su mayoría legislativa fracasó, en buena medida por la impericia de los mediocres soldados que tiene en San Lázaro. Por eso, para sacar al ejército a las calles a sustituir a la policía del Gobierno federal, le bastó un decreto.

 

Para echar para atrás las inversiones ya en marcha en el sector de las energías limpias, le bastó otro decreto. Para asignar de manera directa los contratos a los consentidos del Gobierno, solo hace falta la palabra presidencial.

 

Eso, más todo lo que viene. El “ensayo” de política económica del Presidente es la base para desacreditar las mediciones económicas del Inegi. Ahora hay que esperar el decreto.

 

Van tras el ahorro para el retiro y no dejará el Presidente de insistir en tener el control total del gasto presupuestal.

 

El 2021 ya no garantiza mayorías para su movimiento, no por la vía democrática. La pandemia agravó la condición económica, así que este es el momento que han elegido para adelantar el golpe de la 4T.

 

                                                                                                                                                  @campossuarez