Como muchos de quienes reciben de vuelta a una pareja amada, parte de quienes siguieron la reanudación de la Bundesliga terminaron decepcionados, como si hubiesen idealizado al futbol en tan dilatada ausencia, como si la distancia hubiese modificado al ser añorado.

Algo lógico si consideramos una serie de temas. Primero, el estado de los jugadores (físico, técnico, mental, colectivo, táctico) no puede acercarse al ideal tras un parón tan extraño y un retorno todavía más peculiar, evidenciado sobre todo en la última media hora de los partidos. Segundo, los lineamientos sanitarios con jugadores separados en la banca y festejos de gol sin abrazos, contrastando con trabones en cada acción propia de un deporte de contacto y hasta los casi inconscientes escupitajos al césped. Tercero, y más importante, las gradas silenciadas a las que no sé cómo, pero nos habremos de habituar.

Para los futboleros, un estadio vacío siempre será visto como representación máxima del castigo. Mecanismo punitivo ante el comportamiento violento o incivilizado de la afición, ya en 1980 se dio el primer cotejo europeo sin aforo. El Castilla, filial del Real Madrid, se había clasificado a la Recopa tras ser subcampeón en la Copa del Rey, perdiendo precisamente ante los merengues, sus hermanos mayores. Así que recibió al West Ham en el Bernabéu y, para bochorno de los ingleses, lo derrotó. Eso desencadenó un comportamiento penoso de los aficionados que habían viajado desde Londres, a manera que la UEFA determinó que la vuelta fuera a puerta cerrada. Ni siquiera permitió que el encuentro se televisara en directo. De a poco se haría más común ese sonido hueco de patadas al balón, esos gritos en la cancha que tanto desmitifican lo que por siempre debería mantenerse en el más místico misterio.

Es curioso que en el país que jamás recurrió a esas sanciones de jugar sin seguidores, es donde se ha relanzado el futbol bajo su nueva realidad. Apenas el 11 de marzo, en el último duelo no pospuesto por la pandemia, la Bundesliga experimentó su primer choque sin espectadores. Algo igual de desconocido en el deporte estadounidense.

Recién en 2015 se efectuó el primer partido a puerta cerrada en cualquiera de las grandes ligas de este país. Fue un duelo de beisbol entre Orioles y Medias Blancas, vetado al público por miedo a que los disturbios que azotaban a Baltimore se extendieran al Parque (un muchacho afroamericano, Freddy Gray, fue asesinado por brutalidad policial, desencadenando riñas entre manifestantes y policías). La reacción fue de sorpresa generalizada, inentendible para la Unión Americana un graderío desierto. Por causa de desastres naturales, eso sucedería en dos torneos de golf de la PGA. De ahí en más, Estados Unidos retomará sus competiciones (la MLB de inicio pospuesto, los playoffs de la NBA, no sabemos si la NFL) desde una extrañeza aun mayor a la que los futboleros vivimos ahora, y es que las canchas vetadas no nos resultan del todo ajenas.

Incluso con sus paradojas de observar barreras apretadas y luego bailes de festejo con cinco metros de por medio, la Bundesliga marcará la pauta de lo que sigue. Como dijimos antes, no es sólo la prueba piloto para el resto del deporte. Lo es, en buena medida, para todo lo que seguirá tras la cuarentena.

 

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