Durante la misma semana en que la docuserie The Last Dance ha explorado la pasividad política de Michael Jordan (aquella frase de que no apoyaba a un candidato demócrata porque los republicanos también compran calzado deportivo), Rafael Nadal se ha visto acusado en España de ser facha.

Con lo que me apasionan los deportistas comprometidos con unos principios y dispuestos a defenderlos, el tiempo ha probado que el legendario basquetbolista fue un visionario, porque acaso la única forma de subsistir en la jauría actual es renunciando a comportarse como ciudadano, a mirar a otro lado y callar.

En esta era en la que todo lo que se aleje una pizca de lo que uno piensa ha de ser estigmatizado, perseguido, satanizado, Nadal ha notado cómo su discurso equilibrado y sensato era atacado por todos en su país. “Me da igual si están gobernando los de izquierdas, derechas, centro… Cuando hablo no lo hago pensado en política. Hablo como ciudadano y sin pensar si está gobernando el Partido Popular, el Partido Socialista, Ciudadanos, Podemos o VOX. Yo lo que quiero es que los que están gobernando, lo hagan de la mejor manera posible para todos”. ¿Algún elemento para achacarle facha, el diminutivo de fascista? Sólo en el planeta del inverso, porque en éste los extremistas se han robado los adjetivos para acusar de extremo a quien no piensa calcadamente como ellos.

Antes ya se le había atacado por portar una muñequera con los colores de la bandera española, por celebrar las victorias en la Copa Davis, por mostrarse partidario de que se efectuaran nuevas elecciones tras una moción de censura en su país, incluso porque un partido político explotó sin avisarle su imagen (junto con la de Pau Gasol, Fernando Alonso e Íker Casillas) en un clip en defensa del idioma español sobre las lenguas autonómicas en España.

Ha bastado con que afirme que no quiere una nueva normalidad sino “una antigua normalidad, la de antes. Quiero recuperar mi vida, quiero que la gente se pueda abrazar, quiero que la gente se pueda ir feliz a trabajar, que la gente se pueda reunir sin miedo. (…) Claro que hay cosas que se tienen que cambiar, nos tenemos que adaptar, tenemos que aprender lecciones”, para que se le tilde de reaccionario, de nostálgico del pasado represivo e incontable etcéteras, cada cual más absurdo que el otro.

Sensato y humilde, cuando hoy esos factores están enterrados bajo las trincheras de redes sociales y opinión pública, ni siquiera puede aseverar algo evidente para España y buena parte del mundo: “Hemos llegado tarde (…) ha habido equivocaciones. Lo siento, pero esto es justo decirlo, no es un tema político. Es evidente. Cuando hay tantos sanitarios contagiados, es evidente que ha habido equivocaciones ahí. No podemos decir otra cosa. Es humano reconocer los errores”.

Con un frente degradándolo por no ser más duro con el gobierno y el otro por osar decir que algo se debió realizar mejor, es necesario que exista un Nadal para cada postura, sin gris alguno, negro o blanco, y así todos tan satisfechos. O, más fácil, un Nadal como el Michael Jordan al que tanto se criticó por limitarse a hacer su deporte: callado para que todos lo adoren.

Caducada la mesura, sólo queda como remedio el silencio. Y entonces el coro inquisidor acusará por no haber dicho palabra.

 

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