Este Gobierno no se caracteriza precisamente por su velocidad de respuesta ante los problemas. Y cuando finalmente los ve, suele equivocarse en su estrategia.

 

Ejemplos sobran, pero tomemos este: México tuvo muchos meses para preparase ante los efectos más funestos de la pandemia por Covid-19. Pero la 4T los desaprovechó en la negación presidencial.

 

Cuando finalmente vieron el tamaño del problema optaron por el manejo poco transparente de las cifras. Por las compras de última hora de equipos médicos y por la improvisación de facilidades médicas para atender a los pacientes.

 

Pero hay que ver el tamaño de sus contradicciones: la unidad médica que montan a toda prisa en el Autódromo Hermanos Rodríguez, en la Ciudad de México, estará lista durante los últimos días de mayo. Pero el propio presidente López Obrador sostiene que la gran reapertura nacional se dará ¡el 1 de junio! Entonces, ¿no se necesita ese hospital del autódromo o se necesita más tiempo de confinamiento?

 

En la economía sucede algo similar. El Gobierno se pasmó. Cree que la fotografía de los indicadores del primer trimestre es igual al presente económico, cuando realmente son datos del pasado.

 

Y tal parece que ahora que ya empiezan a dimensionar el tamaño de la debacle de la economía mexicana que sufre en estos momentos, se preparan… pero con un discurso para mantener el engatusamiento de su clientela política.

 

Seguro que en la cúspide de la 4T ya vieron el tamaño de la caída del Producto Interno Bruto de este segundo trimestre del año. Será histórico, será un espanto, será un fracaso para el Gobierno de López Obrador. En la historia acompañaremos el resultado del PIB del segundo trimestre de este 2020 con la fotografía del actual mandatario.

 

Y entonces lo que hace el Presidente es adaptar el discurso a la fantasía de la Cuarta Transformación. Pero lo hace a niveles que preocupan en voz de un mandatario.

 

Si toca a su puerta el representante de una secta religiosa y le dice que su economía no importa, sino su índice de espiritualidad, le puede dar el portazo y a lo que sigue.

 

Pero si este mensaje llega del propio presidente López Obrador, quien dice que ya no importa medir el Producto Interno Bruto sino la espiritualidad, entonces hay que preocuparse.

 

Sobre todo, si llegara a ordenar a la Secretaría de Hacienda recalcular el gasto con base en el, digamos, Índice Nacional de Espiritualidad Bruta, y no en el PIB.

 

Mientras las autoridades financieras del país conserven la seriedad y una relación racional con los mercados y todos los agentes económicos, lo único que estaremos atestiguando es la adaptación del discurso presidencial ante lo inevitable: a la 4T le tocará cargar con el peor resultado económico que haya podido atestiguar cualquier mexicano vivo.

 

Y cuando tenga frente a sí el resultado del PIB del Inegi del segundo trimestre del año, entonces dirá a su feligresía que eso no importa. Si perdieron su trabajo, o el dinero ya no alcanza, es lo de menos, porque lo que vale es el elevadísimo nivel de espiritualidad y bienestar intangible que asegurará se ha conseguido en México con la Cuarta Transformación… y habrá quien le crea.

 

                                                                                                                                          @campossuarez