¡Miseria humana! A todo se acostumbra uno
                                                                                                                                    Fiodor Dostoyevski

 

Todas las sociedades, por sus modos de producir riqueza y cultura, su manera de organizarse e interrelacionarse entre sí, con el planeta y todas las criaturas vivas, han vivido durante toda su existencia de crisis en crisis. De lo contrario seguiríamos en el paleolítico.

Resolver crisis, es decir, situaciones difíciles y decisivas, no es una forma de quitarse de encima los estorbos, es la manera en que evolucionamos como individuos, como colectivos y como especie. En resumen, en lugar de luchar contra las olas, “surfea”.

Nada perturba más a un ser humano que una situación que viene a sacarlo de su comodidad, por muy miserable que ésta sea. Bien dice Paulo Cohelo que las personas quieren cambiarlo todo y al mismo tiempo desean que todo siga igual.

Si a nivel personal es difícil admitir que la vida nos está avisando u obligando –como en el caso de la pandemia que vivimos– a cambiar nuestro enfoque sobre nosotros mismos, nuestros semejantes y el mundo en que habitamos, a nivel colectivo es realmente titánico.

Los individuos, en cada crisis personal, nos resistimos al cambio que ésta conlleva. Primero negamos la realidad, después tratamos de negociar con ella, pero cuando es imposible explotamos en ira ante el miedo de sentir el dolor de la pérdida (de lo que sea que perdamos), tras el cual, por cierto, está la aceptación con que finaliza el proceso.

A nivel colectivo es lo mismo, pero como la sociedad es una entidad multiconsciente, de millones de cabezas, y éstas no operan al unísono, el proceso es lento, tedioso, tropezado, muchas veces violento y explosivo.

Así como cada individuo se pelea consigo mismo, se rechaza, se exige demasiado, se siente extraviado y se vuelve autodestructivo, antes de conocerse, tenerse compasión, amarse y dignificarse, es decir, antes de resolver su crisis de vida, la multiconciencia social actúa de la misma manera: pelea, discrimina, rechaza, margina, se confunde y se hace daño.

Cuando actuamos personalmente a partir del miedo, la multiconciencia hace lo mismo. Por tanto, así como cada uno de nosotros se enferma emocionalmente: se deprime, pierde estima, acumula ira, abusa, maltrata y violenta, a sí mismo primero, y a otros después, a la sociedad le pasa lo mismo.

La sociedad somos todos. No pertenecemos a ella, nos pertenece, es nuestra creación. Sus aciertos y sus errores son de cada uno, sin excepción y sin distinción. Sus necedades y necesidades, distorsiones, dolor y decadencia son las nuestras, lo mismo que su solidaridad, resistencia, paz y seguridad.

Si cambiamos nosotros cambia ella. Lo mismo que necesitamos nosotros para ser mejores, lo necesita ella.

Lo que nos funciona como individuos le funciona a ella. Se mueve más lento, como más lento se mueve lo grande y pesado respecto de lo pequeño y ligero, pero lo que cada uno de nosotros hace de la puerta de su casa para adentro, también afecta afuera, para bien o para mal.

Sabiendo esto, se evidencia la enorme responsabilidad que cada uno de nosotros tiene. La parte con que cada uno contribuye es importantísima. No lo notamos normalmente, pero eventos como la pandemia de Covid-19 nos lo muestran: por una persona que no se cuide, por el motivo que sea, pueden morir cientos, miles. Por cada persona que se cuide, evitamos que otros sufran la pérdida de sus seres queridos, que de ninguna manera querríamos vivir en carne propia y que depende, nos guste o no, de que se cuiden los demás.

No nos sintamos ajenos a la sociedad en que vivimos. Cada uno es una de las cabezas de la multiconciencia. Si no nos ayudamos, al menos no nos insultemos ni odiemos entre nosotros, aunque no nos gustemos. El rechazo que sentimos por otros es en realidad una proyección, es decir, representa a la parte de nuestro ser rechazada por nosotros mismos.

 

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