Héctor Zagal
 

Dr. Héctor Zagal
Profesor Investigados de la Facultad de Filososfía
Universidad Panamericana
SNI II

Está cercano el 30 de abril, Día del niño en México. Para entonces, la instrucción de “quédate en casa” no se habrá levantado aún. Tendremos que ponernos creativos para celebrar a los pequeños. Claro que ahora pueden entretenerse con las tablets, la televisión y los videojuegos, pero creo que nada puede sustituir una tarde de convivencia familiar. A veces se nos olvida la interacción cara a cara, sin emojis ni memes como intermediarios. Quizás estos días en casa sean el momento ideal para acercarnos a los niños, sentarnos a platicar con ellos o a dibujar, inventarnos un juego de caras y gestos o hasta acceder a una partida de su videojuego favorito. Lo importante es compartir experiencias y divertirnos juntos.

Actualmente nos preocupamos por la niñez. Procuramos que los más pequeños aprendan sin dolor, que rechacen la violencia y que aprendan a expresarse libremente. Claro, sin perder de vista la autorregulación y el dominio de sí mismos. A final de cuentas, los niños pronto se volverán adultos y los errores que se le perdonan a una carita tierna no serán tolerados una vez que crezcan. Ya no hablamos tanto de castigos. La educación se ha alejado del temible adagio “la letra con sangre entra”.

Pero esto, en realidad, es nuevo.

¿Saben cómo castigaban los mexicas a los niños mal portados? Los hacían aspirar humo de chiles quemados, los pinchaban con espinas de maguey, los apaleaban. Además, en casa sus raciones de tortillas eran muy reducidas, así se les enseñaba a no ser tragones (sic). El niño no debía quedar “lleno”. Educar con un poquito de dolor y hambre formaría el carácter. Aristóteles pensaba algo similar.

Para el filósofo griego, el niño debía pasar algo de frío, lo cual le sería útil tanto para la salud como para los trabajos de la guerra. Recordemos que en la antigua Grecia, la educación varonil estaba dirigida a las virtudes bélicas. Aristóteles también recomendaba dejar que el niño jugara, sin exigirle fatigas violentas que pudieran entorpecer su crecimiento. Y no sólo el cuerpo del niño merecía cuidados, sino también su intelecto. Los niños debían ser educados en la belleza y en la decencia.

¿Han escuchado hablar de los niños de azotes? Pues, como se oye, eran niños que recibían los azotes que no se le daban a los príncipes. Los herederos al trono eran intocables, pero sus travesuras no podían ser pasadas por alto. ¿La solución? Que las reprimendas las reciba su compañerito de juegos. Quiero creer que estos compañeros disuadían a los príncipes de portarse mal haciendo que se apiadaran de ellos. Aunque quizás fuera lo contrario y el pequeño futuro monarca disfrutara del castigo que recibía el otro.

Rousseau, filósofo francés, sería el primero en poner un acento especial en la niñez. A él le debemos la idea de que las niñas y niños no son adultos en miniatura. De acuerdo con Rousseau, los niños se distinguían de los adultos por ser poseedores de la bondad e inocencia innata de los humanos, la cual se corrompe por interactuar con la sociedad. Esta idea tuvo sus ecos en algunos escritores del siglo XIX, como Lewis Carroll y su Alicia en el país de las maravillas (1865), y en algunos de inicios del siglo XX, como James Matthew Barrie, autor de Peter Pan (1904).

Entre bondad o perversidad, lo cierto es que los niños fueron explotados durante la Revolución industrial y sufrieron los terribles embates de la Primera Guerra Mundial. En México, no fueron pocos los niños que engrosaron las fuerzas militares durante la Revolución. Sería hasta 1924, con la Declaración de Ginebra, que la comunidad internacional empezó a preocuparse por la situación de los niños. Para 1959, después de otra guerra mundial, se promulgó una Declaración de los Derechos del Niño, estableciéndose así las responsabilidades que tienen el Estado y la sociedad para asegurar una niñez digna. Esta última fue aprobada el 20 de noviembre. Sin embargo, en México se celebra a los niños el 30 de abril, fecha instaurada por Álvaro Obregón después de firmar la Declaración de Ginebra en 1924.

¿Y ustedes? ¿Disfrutaban del 30 de abril? ¿Les organizaban fiesta en la escuela?

Sapere aude! ¡Atrévete a saber!

@hzagal

LEG

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana