La soledad es el imperio de la conciencia
Gustavo Adolfo Bécquer

 

Ya lo sabemos todos a estas alturas de la pandemia del Covid-19: la humanidad no está preparada ni material ni espiritualmente para enfrentar con eficiencia y eficacia emergencias sanitarias que nos pongan en riesgo a todos, aun cuando no es ni la primera ni la peor de su historia.

Como naciones, podemos tomar las determinaciones políticas adecuadas para resolver problemas y controlar los daños; pero también podemos negar la gravedad de la situación, dejando que nos rebase.
Como sociedades podemos cuidarnos y apoyarnos unos a otros; pero también podemos agredirnos y perjudicarnos, por un lado, o ser negligentes e indiferentes, por otro.

Como personas, podemos debilitarnos, evadiéndonos de las dificultades en nuestra propia casa, a través de cualquiera de las adicciones fomentadas socialmente: alcoholismo, videojuegos, televisión, redes sociales; por separado o juntas. O podemos salir fortalecidos, sintiéndonos mejor, si aprendemos en particular una habilidad que hasta ahora nadie nos ha dicho que es tal, es decir, que se puede adquirir y mejorar: estar cómodamente consigo mismo, única vía para relacionarnos sana y satisfactoriamente con los demás.

Todos consideramos que una buena relación consigo mismo se da naturalmente sola, igual que autoconocerse y conocer a los demás, compartir, amar, poner límites, respetar, y toda una serie de virtudes que en realidad SON APRENDIZAJES, no cualidades innatas.

Virtudes que, convertidas en actitudes, traen a nuestras vidas todo eso que vivimos anhelando, como personas y como sociedades: seguridad, paz, amor, armonía, satisfacción, y que con una sola cosa muy bien aprendida podríamos tener mañana mismo, es más hoy, porque el núcleo de toda la búsqueda espiritual humana es, como nos lo está mostrando la pandemia, saber estar consigo mismo. Quien aprende a estar consigo mismo, se respeta y se valora, sabe estar con los demás, reconoce su valor, los respeta y trabaja por su bienestar.

El que roba a los demás, abusa de ellos, los utiliza, manipula y al final los desecha o pretende poseerlos y dominarlos de manera enfermiza, es alguien que no se gusta ni se ama ni sabe estar consigo mismo, se juzga cruelmente, se exige irracionalmente y se rechaza.

Y con estas descripciones ya podrá deducir cómo se comporta cada uno de estos seres humanos en una dificultad como la que está viviendo el mundo. Así de simple: ¿está usted cómodo consigo mismo? Su relación con el mundo será armoniosa. ¿Está usted incómodo consigo mismo? Vivirá peleando con todo y todos.

Así que aproveche esta oportunidad para aprender la más valiosa de las virtudes humanas: estar satisfactoriamente con uno mismo, gustarse, disfrutarse y disfrutar por tanto la ausencia de otros, a lo que mal llamamos soledad.

La soledad no es un alejamiento de los demás, que cada uno de nosotros necesitamos por temporadas, para estar emocionalmente sanos y preparados para una relación respetuosa con los otros, es decir, con límites y reglas claras.

La soledad es un sentimiento de ausencia de uno mismo, un autoabandono que el mundo moderno nos facilita a través de la fuga en las redes sociales, en las que confundimos los “likes” con la aceptación.

La ausencia de sí mismo es producto de una mente convencida de que todo lo que buscamos espiritualmente se halla en los demás, en cumplir sus expectativas para que nos admiren, nos acepten, nos amen.

A los mexicanos en particular puede costarnos trabajo estar con nosotros mismos, porque nuestras costumbres y condiciones económicas nos llevan a conformar “familias muégano”, esas donde todos viven juntos, los abuelitos cuidan a los nietos, todos opinan sobre la vida de todos, toman roles que nadie le ha pedido que cumplan y decisiones que no le corresponden.

Estas familias proporcionan mucho apoyo moral y económico, pero crean grandes dependencias que no permiten crecer a las personas como individuos.

Quizá, esta cuarentena sea la oportunidad de poner límites en casa.

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