La primera pregunta de los no cercanos al deporte motor al enterarse de la muerte de Stirling Moss, tiende a ser por su cantidad de títulos en la Fórmula 1. Su primera confusión –o, incluso, decepción– también.

El gran piloto británico, condecorado por la reina Isabel II como Sir, aclamado con unanimidad por viejos y jóvenes, símbolo de símbolos en el universo de los monoplazas, nunca ganó ese campeonato. Entre 1955 y 1957 fue segundo detrás del inmenso Juan Manuel Fangio y en 1958 dejó de coronarse por anteponer la deportividad.

En la antepenúltima etapa corrida en Portugal, tiempos en los que la temporada había subido a once Grandes Premios, intercedió por su compatriota Mike Hawthorn tras ser descalificado. Sin importarle cuánto y cómo dañaba sus perspectivas de conquistar el trofeo, en una campaña en la que los dos ingleses peleaban cerradamente por la punta, explicó con serenidad a los jueces que Hawthorn no merecía ser privado de los puntos. Semanas más tarde, Hawthorn, y no Moss, era aclamado como el primer británico campeón de ese serial –por cierto: Hawthorn se retiraría de inmediato, muy afectado por la muerte en competencia de su coequipero Peter Collins, y a su vez fallecería a los pocos días en un accidente al sur de Londres.

Nadie dudaba que el ascenso a la cumbre de Stirling Moss llegaría. Proyecto truncado en 1962 tras el accidente que lo dejó un mes en coma y otros cinco con media parálisis. Volvería a los coches y ahí seguiría, entre retiros y retornos, hasta los 81 años, aunque ya al margen de la Fórmula 1.

Sin embargo, limitar a este personaje a mero carisma o juego limpio implicaría una herejía. Algunas de las mayores proezas en la historia del deporte motor las consumó él. Según los expertos, su victoria en Mónaco de 1961 resume un talento pocas veces igualado, a la par de su capacidad para imponerse con un bólido menos poderoso (en esa ocasión, como en varias más, su Lotus arrastró a los mucho más rápidos Ferraris). Por secundarios que resulten los números para dimensionar el quilataje de este piloto, una estadística: fue primer sitio en el 40 por ciento de sus carreras.

Nacido en una familia de inmigrantes judíos que ante el odio religioso modificó el apellido Moses por Moss, Sir Sterling se convertiría en la esencia de lo británico, en el deportista (quizá junto con los también ya fallecidos Roger Bannister y Bobby Moore) que mejor representó lo que en esas islas se pretende que sus estrellas sean.

Un caballero motorizado, con apariciones agradables en varias películas y junto a grandes celebridades, por décadas cada que la policía británica detenía a algún conductor por ir sobre el límite de velocidad, la pregunta retórica era: “¿Quién te crees que eres? ¿Stirling Moss?”… Hasta que, según reveló, el detenido fue él y, con flemática sonrisa, contestó que sí.

 

                                                                                                

                                                                                                                             Twitter/albertolati

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