Cada que alguien se extraña de ver jugar a los ingleses en Navidad o incluso Año Nuevo, cada que alguien repara en que el deportista suele trabajar en domingo cuando los demás están echados sobre el sofá, es imprescindible reiterar el origen del deporte como fenómeno de masas y para ocio de las masas.

En las islas británicas se continúan disputando los partidos en la tarde del sábado por una carambola sindical: que a fines del siglo XIX, justo cuando el futbol crecía en popularidad, las uniones laborales consiguieron tener libre la tarde de sábado; y, ya entonces, se asumió que si la gente descansaba, el deportista entretenía.

Eso derivó también en la tradición del Boxing Day, ese 26 de diciembre que, por ser cuando se empaquetan los restos de la comida para llevarse a los necesitados (de ahí el término box, por caja), fue convertido en día de asueto… y en día de asueto ha de rodar el balón.

Esencia ya respetada en tiempos ancestrales, cuando las reglas del deporte podían no resultar claras aunque sí su pasión. Cada competición helena (incluidos los Olímpicos) coincidía con una celebración de corte religioso y, por ende, con jornadas feriadas. O ahí está el Shrovetide, el futbol medieval efectuado en el pueblo inglés de Ashbourne desde hace 900 años, a la fecha realizado al inicio de la Cuaresma: en Martes de Carnaval y Miércoles de Ceniza. O, por salir de la cultura Occidental, los multitudinarios actos deportivos que acompañan a cada Año Nuevo chino.

Por eso esta Cuarentena sufre tan hondo el vacío de deporte. No sólo porque ya tengamos en la agenda mental si la postemporada de la NBA era en abril, si tal parada de los monoplazas de la Fórmula 1 y cada ronda de la Champions en qué semana, si el Wimbledon que no será, si la Eurocopa y los Olímpicos postergados. Sobre todo, porque cientos de millones nos hemos encerrados y cuando estamos en casa nos acompaña el deporte en vivo.

Si el confinamiento se alarga, como parece inevitable, la respuesta podría estar en certámenes cerrados al público y entre equipos completamente aislados desde más de dos semanas de antelación. Bernardo de la Garza, ex titular de la CONADE y hoy mi compañero en Marca Claro, me comentaba desde que esto comenzó que veía factible un torneo así. Seguimiento constante con pruebas de covid-19 a todos los involucrados (jugadores, entrenadores, árbitros, camarógrafos, utileros, técnicos del estadio), aislamiento total, garantía de salud… y el regreso del deporte en vivo. Wrestlemania, el evento emblema de la lucha libre estadounidense, puso la muestra. No sería raro que el beisbol utilice ese marco (muy desafiante, dada la cantidad de implicados y el control de sanidad) para arrancar su temporada 2020. ¿Y si se intenta con un Final 4 de la Champions? ¿O al menos con una exhibición de los mejores tenistas?

Luego vendrán muchos más problemas, como encontrar patrocinadores a los que haga sentido exponerse en ese marco (o sea, que en esta coyuntura tengan su establecimiento abierto y necesitado de publicidad) y dispongan de presupuesto (nada fácil dada la fuerza de los trancazos económicos actuales).

Acaso sólo así el planeta deportivo se descongelará antes de que nuestras rutinas lo hagan. Y volverá a correr sangre por esas venas que van temiendo trombosis financieras.

                                                                           

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