Cuando los jerarcas del futbol recurren a la desafiliación como arma, es que están acorralados.

Implica su último recurso, su todo o nada, después de esa amenaza ya no les quedarán más elementos de presión, coerción o persuasión.

 

Arma detonada cada que vieron que la política invadía sus intereses. Bajo pretexto de que el deporte es apolítico, hubo federaciones nacionales suspendidas. Opinión no sostenida cuando innumerables dictaduras fueron en sí mismas el comité organizador de toda una Copa del Mundo (pensemos en Benito Mussolini en Italia 1934 o en el almirante Carlos Lacoste operando Argentina 1978 al tiempo que era integrante de la Junta Militar en ese país). Lo mismo cuando los tiranos hicieron cuanto quisieron con el futbol, llegando incluso a la tortura de futbolistas que a su juicio no rendían (ahí tenemos a Uday Hussein, hijo de Saddam, a Saadi al-Gadafi, hijo de Muamar, a Leo Mugabe sobrino de Robert). Igual cuando un equipo ha representado a las fuerzas armadas, llevándose al crack rival con la excusa de que se le reclutaba para su servicio militar. En esos casos, la FIFA no sólo no desafilió, sino incluso consintió. Un ejemplo muy curioso es ver que la Copa África se ha albergado casi siempre en donde el gobernante ha mandado por más décadas (el Camerún de Paul Biya, la Guinea Ecuatorial de Teodoro Obiang, el Gabón de Ali Bongo, la Angola de José Edoardo Dos Santos, el Egipto de Hosni Mubarak)

Sin embargo, ese amago de desafiliación, utilizado tan pendencieramente, es un arma casi infalible. ¿Qué presidente o primer ministro se aventura a ser culpable de que su selección sea echada de un Mundial? Ninguno, a menos que busque garantizar su derrota electoral. Y entonces los gobiernos, que también los ha habido sensatos, tienen que tolerar los manejos más turbios, no vaya a ser que desde un putrefacto escritorio en Zúrich se les acuse de interferencia política.

Arma que estaba guardada en el arsenal más recóndito del planeta futbol, hasta que esta semana la federación belga tocó, sin saberlo, una tecla sensible: insinuar que proclamará campeón de liga al club Brujas, líder al inicio de la emergencia sanitaria.

De inmediato, la UEFA anunció que quien se sume a esa iniciativa no podrá disputar certámenes europeos durante la próxima campaña. Tan ríspida respuesta se atribuye a la urgencia de que el balón vuelva a rodar y, con él, de nuevo se ingrese dinero.

Tiene sentido si entendemos la fragilidad de la industria del balón, expuesta tan de súbito. No tiene sentido si asimilamos en su dimensión la incertidumbre de estos tiempos. ¿Cuándo podrán congregarse miles de aficionados? ¿Cuándo podrán viajar los equipos? ¿Cuándo podrán encontrarse jugadores en un deporte de contacto? Imposible hoy responderlo, así que en Bélgica han preferido zanjar el tema, incluso siendo la única liga europea que comparte formato con México al usar una liguilla o playoff para dilucidar campeón.

En Inglaterra hablan de reanudar en junio y en Alemania algunos equipos entrenan otra vez en pequeños contingentes, procurando distanciar unos metros a sus elementos.

Como sea, el paso de los días apenas sirve para confirmar lo poco que se sabe. Y, entre lo poco que saben quienes gestionan el futbol, está que dejar de jugar esta campaña y saltar a la siguiente en agosto, atentará quizá de forma irreversible contra la subsistencia de este negocio.

Así que la esperanza hoy se disfraza de posponer la vuelta a las canchas semana a semana.

Recuerden: cuando los dirigentes futboleros sacan el arma de la desafiliación es porque ya no les queda ninguna más.

 

                                                                                                                                         Twitter/albertolati

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