Cuatro puntos cardinales tan específicos hacen que el tenis tenga su muy particular mapa. Año con año su brújula empieza por tocar su sur que es Melbourne, para después ir a su este que es París, su norte que es Wimbledon y, finalmente, su oeste que es Nueva York.

Algo que no sucede con el futbol, muy descentralizado por mucho que se focalice en Europa occidental. Ni siquiera con los deportes estadounidenses, distribuidos sus momentos cumbre en diversos puntos entre la costa atlántica y la pacífica. Ya no decir la Fórmula 1, cada vez más extendida por el Globo Terráqueo. Lo más próximo posible sería lo del golf, mas tres de sus cuatro Majors no poseen sede fija.

Sirva esa cartografía del tenis para tratar de dimensionar lo que ha representado este 2020. Abrimos el año con un Abierto Australiano oscurecido por los brutales incendios en ese país. Entre cientos de millones de animales muertos y hasta el 20 por ciento de los bosques de Australia tocados por fuego, lo de menos fue si un tenista abandonó por percances respiratorios o mermó su desempeño, aunque sucedió. Varios partidos debieron aplazarse ante las imposibles condiciones atmosféricas.

De ahí tendríamos que haber pasado a París en el mes de mayo, pero hoy sabemos que eso no será. Lo último que se supo fue que el Abierto francés se mudaba a fines de septiembre, invadiendo en el calendario a la Laver Cup.

Lo siguiente era Wimbledon, oficialmente cancelado en este 2020. A diferencia de sus vecinos parisinos, el All England Lawn Tennis and Crocket Club ha anulado directamente su edición de este año. Así que sólo nos quedaría un punto cardenal en esa brújula tenística… que es justo el epicentro mundial de la pandemia en este instante, Nueva York.

Las instalaciones de Flushing Meadows, en Queens, se han transformado en un emergente centro de atención médica. Ahí se colocarán 350 camas de hospital, primero bajo las canchas techadas, esperando ir poniendo vez más conforme se logre tapar con toldo la mayor superficie posible del complejo deportivo. Las cocinas del Louis Armstrong Stadium (llamado así porque la leyenda del jazz vivía a unos cuantos metros) ya generan alimentos para satisfacer las necesidades de pacientes y personal sanitario.

¿US Open en agosto? Continúa siendo la intención, pero hoy la prioridad de ese espacio es muy distinta. Algo similar a lo que vivió Wimbledon durante la Segunda Guerra Mundial, conflicto en el que recibió severos bombardeos. Sólo en lo que hoy constituye la catedral del tenis en ese suburbio londinense, 295 impactos de bomba en los que murieron 36 personas y 252 más resultaron heridas, estallando el techo y 1,200 butacas de su cancha principal. Días en los que su sagrada hierba alojó ambulancias, bomberos, soldados y, en imágenes insólitas, ganado pastando con el que se pretendía contribuir a paliar la escasez de alimentos.

A esos tiempos nos llevan de vuelta los cuatro puntos cardinales del único deporte con mapa fijo: a Melbourne asfixiado en humo, a París aferrado a colarse en los meses finales del año, a Wimbledon resignado a que el Covid-19 ha podido lo que nada desde las bombas de la Segunda Guerra Mundial, a Flushing Meadows disfrazado de hospital para apoyar en la crisis que acerca a este Nueva York al de las películas distópicas.

Dice Salman Rushdie en su nueva novela, Quichotte: “Se sentía como si estuviera en una de esas películas de Will Smith en las que Manhattan es destruida. Hollywood ha destruido a Manhattan regularmente. Una pervertida expresión de amor”.

Sin los guionistas californianos de por medio, sin nada que pueda sonar a amor, Nueva York vive esta terrorífica realidad. Ni cómo pensar en raquetas.

 

                                                                                                                                        Twitter/albertolati

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