Héctor Zagal
 

Profesor investigador de la Universidad Panamericana, campus México
SNI II

Me había propuesto no ponerme pesimista en esta columna, pero la verdad es que la realidad se impone. Soy afortunado, tengo un empleo con sueldo fijo y con la posibilidad de trabajar en casa. Ciertamente, estos días he trabajado bastante, impartiendo clases en línea y calificando reportes de lectura de mis estudiantes. Aunque no lo parezca, preparar una clase en línea exige mucho más tiempo que una clase presencial.

No es de esto de lo que quería hablarles. Mis dificultades son menores. Al final del día, la contingencia ambiental me ha impulsado a familiarizarme más con las plataformas digitales para la enseñanza. En mi caso, el saldo no es enteramente negativo. Pero, junto con las vidas en peligro, me preocupa la crisis económica que ya estamos padeciendo.

Dos problemas especialmente graves serán la pérdida de empleos formales y el eventual crecimiento de la cartera vencida de los bancos. Las grandes empresas, como líneas aéreas y cadenas hoteleras, están apalancadas en el crédito. Su quiebra impactaría a los bancos. Y les aseguro que, por mucho que odiemos al banco al que le debemos, a nadie, pobre o rico, le conviene la crisis del sistema bancario. ¿Está México preparado para enfrentar una hipotética crisis bancaria como la de 1995? ¿Tendría el gobierno la habilidad y la sensibilidad para intervenir rápidamente? Un riesgo sería que, por evitar los injustificables abusos que hubo en torno al rescate bancario (el escándalo del FOBAPROA), el gobierno se quedase de brazos cruzados o reaccionase demasiado tarde. Nos guste o no, la quiebra de un banco produce un efecto dominó. Espero, por supuesto, que la situación no llegue al punto de poner el jaque a los bancos; pero no es un escenario enteramente descabellado. Recordemos, además, que los bajo precios del petróleo han puesto en aprietos a PEMEX y al gobierno federal.

Además del riesgo que enfrentan las grandes empresas, las pequeñas y medianas empresas se están topando con un panorama desolador. No olvidemos que las PyMES generan millones de empleos formales en nuestro país. Justo ayer, hablaba (por teléfono) con un restaurantero de quien dependen directamente 20 empleados. Sigue pagando renta, cuotas del IMSS, predial, proveedores, sueldos. Casi con lágrimas en los ojos, me decía que no podrá resistir más de dos meses y entonces, deberá bajar la cortina irremediablemente. Conversaba también con una persona que distribuye libros en escuelas. Su panorama es también macabro. Con las escuelas cerradas, no tiene manera de colocar pedidos y, sin embargo, los gastos corren. Un amigo, que posee un pequeñísimo hotel en una playa, está en una situación similar. Contaba con la temporada de semana santa para el pago de póliza del seguro contra catástrofes de su hotel. Ahora tendrá que diferir el pago y asumir el incremento. Mientras tanto, ha cerrado el hotel, pues le sale más caro mantenerlo abierto. Las circunstancias lo obligan a despedir personal, pero no tiene liquidez para pagar las indemnizaciones. No sabe cómo resolver el dilema. Un colega que produce documentales se encuentra con que no tiene locaciones donde grabar, tal y como se había comprometido con su cliente. Invocará una cláusula (la llamada “cláusula del fin del mundo”) que lo protege de caer en incumplimiento de contrato. No incumplirá, pero no por ello le pagarán. Deberá negociar con su cliente para que le acepte un producto de otro tipo… a menor precio. De él dependen cuatro personas. Por lo pronto, ya despidió a una de ellas.

La crisis está en todos los niveles. Los conductores de Uber tienen menos clientes y muchos de ellos compraron a crédito su automóvil. Para los meseros, las propinas son fundamentales. Los vendedores de las tiendas departamentales, que reciben comisiones por ventas, también están sufriendo. A ello hay que sumar los millones de personas que viven de la economía informal, muchos de los cuales viven literalmente al día.

Entre las consecuencias más nefastas de la crisis económica de 1995, estuvo la pérdida de miles de empleos formales. La economía informal sirvió como válvula de escape para sortear la catástrofe. Proteger el empleo formal debe ser, considero, una de las prioridades del gobierno. Y ello, mucho me temo, no se conseguirá exclusivamente con apoyos dirigidos a individuos porque, al fin y al cabo, se trata de “subsidios al consumo”. También es clave incentivar la generación y mantenimiento de empleos formales.

Y que conste que no me opongo, ni de lejos, a que se otorguen apoyos extraordinarios a la población más vulnerable. Serán necesarios. Si un barco amenaza con naufragar en alta mar, está muy bien repartir salvavidas. Sería inhumano no hacerlo. Pero es mucho más importante que el capitán tome las medidas necesarias para corregir el rumbo y evitar el naufragio. Al fin y al cabo, los náufragos no pueden sobrevivir por mucho tiempo flotando en alta mar. La prioridad es salvar el barco, para que nadie se vea obligado a utilizar el chaleco salvavidas.

Sapere aude! ¡Atrévete a saber!
@hzagal

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana