Políticamente, Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador se parecen en una cosa: ambos usan un discurso populista. Esta narrativa es muy atractiva, ya que reduce problemas muy complejos a una simple lucha de “buenos” contra “malos”.

En consecuencia, Trump y López Obrador siempre tienen un “culpable” para todo, lo que les resulta muy cómodo a la hora de gobernar. En el caso del primero, “el Estado profundo” o los demócratas. En caso del segundo, los “golpistas” o los “conservadores”.

Pero en una crisis esto no tiene sentido. Culpar al de siempre por que tu gobierno no ha comprado insumos médicos o porque no puede sostener la economía, te muestra como un mentiroso, y a ellos, como más poderosos de lo que en realidad son. Las crisis desenmascaran a los populistas porque rompen el guión con el que gobiernan.

Según The New York Times, al 26 de marzo, EE. UU. estaba haciendo menos de 200 pruebas del Covid-19 por cada 100 mil personas; muy por debajo de economías menores como Italia (600) o Corea del Sur (más de 700). Trump incluso desdeñó el coronavirus como la “nueva farsa” del Partido Demócrata, el pasado 28 de febrero.

En el caso de López Obrador, su incapacidad de transmitir la seriedad necesaria ante la pandemia, así como la falta de un plan para evitar la quiebra de miles de empresas, parece ser la receta perfecta para una crisis de salud pública y de desempleo masivo.

Trump se juega la reelección en noviembre. López Obrador y su coalición gobernante se disputarán la Cámara de Diputados en 15 meses. Ambos están tomando decisiones erráticas que, probablemente, ya están costando vidas. Por eso, en ambos lados de la frontera, no debemos olvidar que el mejor correctivo en una democracia es el voto.

@AlonsoTamez