El liderazgo político tiene un problema de verificación, ya que no se puede medir de manera fehaciente. Aunque establezcamos criterios más o menos sólidos para evaluarlo —algo parecido a lo que intentó el politólogo Richard Neustadt en 1960 con su evaluación del “poder presidencial” en los Estados Unidos—, lo que para algunos puede parecer heróico y sensato, para otros puede significar un error catastrófico.

Gracias a esta ambigüedad es que los ejemplos más característicos de liderazgo político suelen ser aquellos donde, casi de forma unánime, se argumenta a su favor. En la peculiar historia del México independiente tenemos casos que ni el juicioso paso de los años —decía el historiador Arthur Schlesinger Jr. que “la justicia es fácil, (y) también barata, en retrospectiva”— ni la ruindad ideológica han podido minimizar.

Cuando en mayo de 1864 Maximiliano de Habsburgo —aún de camino a México en la fragata Novara— invitó a Benito Juárez a participar en su gobierno imperial para así serenar a los liberales, el zapoteco declinó por la vía postal insinuando que les deparaban destinos muy diferentes: “Es dado al hombre (…) atacar los derechos ajenos, apoderarse de sus bienes, atentar contra la vida de los que defienden su nacionalidad, hacer de sus virtudes un crimen y de los vicios propios una virtud; pero hay una cosa que está fuera del alcance de la perversidad, y es el fallo tremendo de la historia. Ella nos juzgará”.

Mayo de 1864 no era el mejor momento para un mandatario itinerante como Juárez, en ese entonces, por el norte del país. Pero lo crucial es que el rechazar el ofrecimiento del austriaco mantuvo con vida, en sus horas más bajas, dos ideas moralmente impecables: que los mexicanos debían ser dueños de su destino; y que el ingenio, y no la sangre, era lo que debía determinar el avance social de los hombres.

Este tamaño de liderazgo no se puede cuantificar sin sesgos personales —por ejemplo, ¿qué tan profundos son los valores monárquicos o republicanos del evaluador?—. Además, el ser un episodio histórico irrepetible nos impide generar un “promedio” entre casos o un “puntaje” de liderazgo replicable. Por esto es que el liderazgo político es difícil de detectar cuando está ocurriendo. En otras palabras: solo en retrospectiva podemos conectar los puntos. Si las fuerzas republicanas hubiesen sido aplastadas y el propio Juárez fusilado, es probable que, bajo un ojo liberal, el rechazo al emperador fuese apreciado como un episodio de gran tesón.

Pero de igual forma, es factible pensar que la historia general —la escrita por los vencedores— sería mucho menos aventurada en calificar el gesto juarista como “liderazgo político”. Inclusive, visto desde el futuro, el “no” al hermano de Francisco José I de Austria podría considerarse una idiotez. Por eso es importante entender que el liderazgo político suele estar condicionado a sus resultados. Los gestos suicidas o irracionales, pero nobles, tienen varios problemas para entrar en esta categoría.

@AlonsoTamez