La Máxima Casa de Estudios del país pasa, sin duda, por momentos críticos que han puesto en evidencia sus debilidades.

Nótese de inicio que la Institución preclara de México se enfrenta a una coyuntura inédita, no solo un nuevo gobierno, sino éste, totalmente distinto a los anteriores.

Esta circunstancia obliga a desplegar una estrategia distinta, un manejo diverso y un trato coherente con los principios de la Cuarta Transformación.

En buena medida, hay resistencia; en la UNAM se han enquistado de tiempo atrás poderes fácticos e inercias que no corresponden a la política actual, pero al final se olvida que la universidad pública es parte del gobierno, al tratarse de un organismo descentralizado por servicio.

La autonomía universitaria es estrictamente en el ámbito académico, pero no así en lo que muchas veces se ha confundido, la extraterritorialidad.

Para nada procede el que se maneje que, por sus autonomía, la UNAM no debe rendir cuentas ni permitir acciones jurídicas en su beneficio.

Es evidente, a los universitarios nos molesta el uniformado, militar o de policía, ambos nos han agredido en el pasado y han propiciado nuestro total repudio, para que deambulen cenca de nuestras aulas, pero ello no impide que la propia universidad pueda replantear su organismo de defensas.

De hecho, es algo urgente, ya que es inadmisible que la comunidad universitaria sea víctima de pequeños grupúsculos que imponen por la fuerza y con lujo de violencia su voluntad y caprichos.

Lo más lamentable es que esos grupúsculos actúen en la cobardía del anonimato y con absoluta impunidad en la comisión de ilícitos graves.

En la actualidad, planteles cerrados desde hace meses; grupos importantes en especial de mujeres estudiantes, se quejan del acoso, algo que implica obligadamente acciones más severas y ejemplares.

Por desgracia, las reacciones universitarias solo han quedado en buenos deseos, promesas y enfrascadas en una burocracia atroz.

Tengamos presente que son nuevos tiempos y, ante ello, la universidad debe cambiar, tanto en su estructura como en sus acciones, para responder a las necesidades actuales que demanda su comunidad y le exige la nueva era.

Esta noble y célebre institución del país no debe ser nunca un centro de ocultamientos, cómplice de privilegios oscuros, ni de lo que es más indignante, posibles actos de corrupción.

Enrique Graue es un buen Rector, pero requiere actuar con más energía y sin contemplaciones, para desterrar intereses creados y desarraigar mafias que buscan perpetuarse para vivir de sangrar el presupuesto de la UNAM.

Por: Dr. Eduardo López Betancourt, decano de la Facultad de Derecho

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