Mi voluntad es el destino
John Milton

Indudablemente, estamos en la era del hacer y hacer para lograr superioridad frente a otros, en un mundo dividido entre ganadores y perdedores. Nos levantamos por la mañana, nos ponemos el piloto automático y comenzamos nuestro día sin la más mínima reflexión sobre si lo que “tenemos” que hacer es también lo que “queremos” hacer.

Atrapados en un bucle conceptual sobre la vida, moldeamos conducta y personalidad bajo la premisa de que lo importante es ser importante, paradigma responsable de que el ser humano tenga puesto todo el sentido de su propia importancia en el logro, particularmente el material, pues esa es la más fácil “importancia” de alcanzar.

La importancia inmaterial hoy en día no tiene importancia, a menos que se traduzca en la historia del triunfador luchón, que se ha sobrepuesto y se sigue sobreponiendo a todo en la vida. La víctima que no se deja, pero siempre será víctima, de lo contrario pierde su esencia de triunfador.

Es decir, solo nos reconocemos los valores y principios cuando éstos se convierten en etiquetas que nos hacen ganadores. Los valores y principios de los perdedores no importan.

Nuestra autoestima se basa en el cuerpo que nos hace atractivos, el coche que nos da distinción, la posición que nos hace poderosos. Es entonces cuando resultamos perseverantes, prudentes, entusiastas, valerosos, etc.

Y todo estaría bien, si no hubiera en todos y cada uno de nosotros un débil susurro o un potente grito interno diciéndonos “me siento mal, no estoy cómodo conmigo mismo, no estoy satisfecho, no soy feliz”.

Esta es la voz de su alma. Porque tiene una, ¿sabe?, y habla mucho más de lo que usted cree, pero como la mayoría del tiempo estamos escuchando al ego, que debido a que es un autómata, es decir, una inteligencia artificial, solo puede ser programado y usado para el bien o el mal según prevalezca nuestra oscuridad o nuestra luz interiores. Esa es la verdad sobre el ego. Hoy en día está muy satanizado el pobre, pero en realidad no es más que un artificio programado para individualizarnos y coexistir.

Decía Platón que el que aprende y aprende y no pone en práctica lo que sabe, es como el que ara y ara y no siembra. Hoy en día la mayoría de la gente en el mundo responde en su actividad a este dicho, de manera que entre el 70 y el 80 por cierto de lo que hace es prácticamente inútil. Y no solo por la forma en que está organizada la sociedad actual, sino porque todas nuestras acciones están enfocada al logro y no al descubrimiento, como debiera ser, para poner en marcha las transformaciones que de verdad le dan sentido a la vida.

El descubrimiento, tanto de uno mismo como de lo que nos rodea, es un nivel de realidad que se toca, se experimenta, no que se piensa o se mentaliza. Descubrir siempre es muchísimo más satisfactorio para el espíritu humano que lograr, porque lo primero es cosa del alma, lo segundo del artificio llamado ego. Por eso la gente curiosa es más feliz.

Cuando necesitamos logros para empoderarnos ante los demás, el motivo siempre es una carencia, una herida, una autodevaluación.

Descubrir es en realidad la principal actividad de lo que llamamos conciencia. Es el material con el que ésta va construyendo la verdadera piedra filosofal: la congruencia.

Cuando somos congruentes, es decir, cuando pensamos, sentimos y actuamos en armonía, ponemos a funcionar las energías del universo en nuestro favor, porque el mensaje que mandamos es uno y poderoso.

Pero cuando pensamos una cosa, que además no sabemos que pensamos, sentimos otra y actuamos sin reflexionar, la desconexión con nosotros mismos nos boicotea la vida, aun cuando otros nos consideren exitosos.

La congruencia es pura física cuántica. Moldeamos con ella todo lo que existe, así como el observador cambia el comportamiento de lo observado.