La Ciudad de México se tapiza de morado cada que llega la primavera. El florecimiento de las jacarandas inunda las lentes de fotógrafos y aficionados; son escenas inigualables.

 

Salvo por la de este #8M en la que nuestra capital se desbordó de una manera violeta de ese violeta sin precedentes. Cualquiera que haya visto una foto aérea de la histórica marcha feminista del domingo puede corroborar que se vislumbra una primavera distinta.

 

Si las protestas árabes de 2010 a 2012 para reclamar democracia y derechos sociales pasarán a la historia como la Primavera Árabe, me atrevo a decir que las de este 8 de marzo en nuestro país bien podrían ser la Primavera Feminista.

 

Tengo el privilegio de estar acompañado por mujeres que admiro y respeto en mi vida personal, profesional y como compañeras de causas. Muchas de ellas participaron en la manifestación de este 8 de marzo y confieso que este texto se nutre de su satisfacción al verse rodeadas de participantes de todas las edades, orígenes sociales e incluso ideologías que unieron su voz en una exigencia común: no más violencia de género.

 

Las autoridades han calculado 80 mil asistentes en la Ciudad de México; en Guadalajara más de 35 mil asistentes.

 

La pregunta es qué sigue ahora. Nos toca a todos, no sólo a ellas, asegurar que esas exigencias se conviertan en garantías de seguridad y libertad desde la política pública y, también, desde la reeducación de los varones.

 

Desde el Ejecutivo local, encabezado por Claudia Sheinbaum, por ejemplo, se ha planteado la estrategia “Mujeres SOS”. Los datos tras las víctimas no son nuevos, pero es necesario subrayarlos: a la mayoría de los feminicidios los antecede la violencia padecida en los círculos cercanos: amistades, pareja y familia.

 

A través de la visita a miles de casas, SOS abrirá la puerta a las mujeres que no saben cómo salir de un círculo de violencia que, de acuerdo a los reportes que hemos recibido en el Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia de la Ciudad de México, puede extenderse hasta por 50 años. Sí, la semana pasada recibimos la llamada de una mujer que tras medio siglo de matrimonio se dio cuenta de que ha sido víctima y decidió poner punto final.

 

De eso se trata. Debemos asegurar que el mensaje llegue a todas, a las más vulnerables, a las que lo han sufrido por décadas y a quienes podrían estar en riesgo de caer. En ese sentido, el paro convocado para ayer adquiere un sentido simbólico poderoso.

 

En las calles, en el Metro, en los trabajos. Su ausencia fue clara. Yo fui comer a cierto lugar bastante tradicional de la Zona Rosa y me encontré con meseros que entregaban un menú de tres opciones, impreso en hoja bond, ofreciendo disculpas porque las cocineras no habían asistido. Parecería una anécdota superficial, pero no lo es.

 

En la marcha del domingo una frase se repetía en varios de los carteles: “el feminismo me enseñó que calladita no me veo”. Desaparecer para visibilizar; nos toca aprender la lección.