Los tiempos cambian. El movimiento #Mee Too irrumpe poco a poco en todos los universos, hasta los tan abiertamente sexualizados, como los célebres desfiles de ropa interior con las modelos (objetos) más deseables del planeta, los de Victoria’s Secret. Eso de enseñar la entrepierna cubierta con una tela semitransparente, exponer provocativamente parte de glúteos y senos adaptados al gusto masculino, ponerlos en vitrinas de exposición a hacernos creer a las mujeres que esto es en realidad el “empoderamiento femenino”, eso ya huele a sopa rancia de décadas pasadas.

Bajo la avalancha de críticas y denuncias por sexismo, los dueños de Victoria’s Secret se vieron obligados a cancelar su caliente pasarela pop, la feria de las vanidades con más brillo que arrancaba suspiros de lujuria a hasta 500 millones de personas que veían el show en la tele o por Internet.

No queda más que agradecer. También debemos aplaudir a la industria del automóvil. Hasta hace unos dos años hacer pasear a una chica despampanante en paños menores alrededor de un súper carro último grito para promoverlo y venderlo mejor era una práctica más que común en los grandes salones internacionales de prestigio. Lo veíamos en Ginebra, Frankfurt o París. Las escenas se repetían: las llamadas booth babes acariciaban con sus impecables manos las carrocerías de Rolls Royces, Toyotas o Nissans, eso sí , encima de tacones de 12 centímetros, enfundadas en sugerentes vestidos micromini con cuerpos de impacto -efecto de duros entrenamientos en gimnasios y dietas draconianas-, caras hermosas pintarrajeadas, miradas lascivas. Posaban ante las cámaras del mundo entero al lado de los michelines que el fabricante lanzaba al mercado.

Esto ya también forma parte del pasado. La inmensa mayoría de las marcas de coches han eliminado de sus actos publicitarios a las edecanes “florero”. En las ferias mundiales del automóvil de Ginebra o Frankfurt ya no hay espacio para chicas sexys cuya misión se limita a sonreír. Tampoco en la Fórmula 1. El público lo que busca ahora es un personal competente, hombres y mujeres que sepan explicar el funcionamiento de máquinas y atender correctamente a los posibles compradores. Pueden ir vestidos de uniformes. Es lo de menos. ¡Viva la paridad! Y ojalá por fin podamos ahorrarnos situaciones incómodas.

Vamos por el buen camino. Cada día avanzamos un paso más.