Héctor Zagal
 

Dr. Héctor Zagal
Profesor-investigador de la Universidad Panamericana
SIN II

Cuando hablamos de piratas, muchas veces pensamos en el ebrio y simpático Jack Sparrow, más al pendiente de las reservas de ron y las mujeres que de otra cosa. Sin embargo, esta imagen romántica del pirata encubre el hecho de que fueron criminales sin escrúpulos. ¿Recuerdan al Capitán Garfio? Era un perverso capitán obsesionado con atrapar a Peter Pan. ¡Y cómo no! En una escaramuza con Peter, un enorme cocodrilo di cuenta de una parte de Garfio. El Capitán Garfio, despiadado y cruel, refleja mejor el espíritu criminal de los piratas que el desorientado personaje de Johnny Depp.

¿Por qué los piratas se daban el lujo de saquear barcos y ciudades de manera tan descarada? En primera instancia porque no reconocían autoridad alguna.
Y sin un código de honor, como el de un ejército oficial, pocas cosas estaban prohibidas. Esto no significa que los piratas carecieran de normas, sino que se desentendían de las convencionales. Como toda comunidad, aunque sea criminal, son necesarios ciertos límites que permitan la convivencia entre rufianes.

Por otro lado, existieron piratas que eran amigos, en lo oscurito, de la autoridad. A estos se les conoció con el nombre de corsarios. Estos piratas, que en su mayoría fueron ingleses y holandeses, recibían un permiso especial para saquear a barcos enemigos. Este permiso era conocido como patente de corso y era expedido por un rey. No eran financiados por la corona, pero no se les perseguía por sus crímenes. Podrán imaginarse que muchos reinos se beneficiaron de esta actividad. Nuestro país tiene historia con estos delincuentes. Por muchos años, Nueva España fue uno de los centros comerciales más importantes del mundo y ni qué decir de la riqueza propia de nuestra tierra. Con tanta costa, era de esperarse la llegada de corsarios. Asaltaron los puertos y ciudades de Veracruz y Campeche, e intentaron llegar a Yucatán. Incluso hubo piratas en Huatulco, Oaxaca, y en Los Cabos, Baja California Sur.

Estas no son las únicas maneras de llamar a un pirata. Seguramente han escuchado hablar de los bucaneros. Originalmente, el término bucanero refería a los habitantes del Caribe que tenían por costumbre ahumar la carne para conservarla. Algunos franceses que vivían en las Antillas aprendieron esta técnica de los nativos. Pero cuando la Corona española impuso un cobro de impuestos, tanto franceses como algunos bucaneros se rebelaron y se dedicaron a impedir el paso de naves españolas y las asaltaban. Es decir, se volvieron filibusteros. Estos piratas tenían su guarida en la Isla de la Tortuga, muy cerca de las costas de Haití. Los filibusteros se caracterizaron por tener un espíritu anarquista. Casi podríamos imaginárnoslos entonando, no sin una generosa cantidad de alcohol en la sangre, los versos de la “Canción del pirata” de José de Espronceda: “Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad; mi ley, la fuerza y el viento; mi única patria, la mar.”

¿Les cuento algo? Estaba prohibida la entrada a mujeres a la Isla Tortuga. Pero no ocurría lo que se imagina, pues también estaba prohibida la homosexualidad. Entonces, ¿cómo se entretenían? Con alcohol, por supuesto. Pero también con representaciones teatrales. ¿Cómo ven? Muy malos y muy malos, pero sensibles a las artes.

Hoy por hoy, en nuestro país tenemos un grave problema de piratería. Caminar por las calles de la Ciudad de México es surcar mares llenos de naves corsarias, con su patente de corso oculta en sus ropas. ¿Y la autoridad? Bien, gracias, ¿contenta con su parte del botín?

Sapere aude! ¡Atrévete a saber!
@hzagal

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana