La solución al racismo en el futbol surgió inesperadamente en Portugal: nada de castigar a quienes van al estadio a gritar consignas de odio, nada de implementar genuinas campañas de educación orientadas a respetar al que parece distinto, nada de vetar estadios, decretar derrotas por default o hacer que los clubes se responsabilicen por su afición.

Lo verdaderamente eficaz, podrán concluir tras el último fin de semana, es sustituir al futbolista que está siendo discriminado. Sí, dejar su lugar en la cancha a alguien que genere menos quebraderos de cabeza y distracciones de lo único importante para ellos que es el juego. Con el refrán “muerto el perro se acabó la rabia” como guía, actuó el Oporto con Moussa Marega. Porque la otra opción, incluso más sencilla y menos fatigosa, habría sido que el delantero bajara la cabeza, absorbiera el repudio y tomara por normal el ser insultado por su color de piel, pero el muy ingrato no aceptó.

Exigencia sacada de la Edad Media, cuando el hombre blanco iba descubriendo otras civilizaciones y exigiendo a sus habitantes lo que se calificó en francés como bon sauvage o buen salvaje. Esos habitantes idealizados por no haber sido corrompidos aún, lo que no quitaba el derecho a calificarlos como bestias y a agradecer su buena disposición a acatar lo que se les indicara.

Suena fuerte, mas a eso vamos llegando en el futbol. El caso Marega perseguirá mucho antes que a los racistas que le vilipendiaron por tener sangre africana, al propio equipo que sólo supo estar para su jugador en redes sociales y declaraciones por demás tardías. ¿Y si en vez de jalonearlo para que no se fuera, y si en vez de suplicarle que recapacitara y se quedara, y si en vez reemplazarlo como si se tratara del episodio más común, alguien lo hubiera apoyado?

O hace falta regresar al poema de Martin Niemölller quien, con motivo de las deportaciones a campos de concentración en la Segunda Guerra Mundial, escribió: “Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, ya que no soy comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio ya que no soy socialdemócrata (…) Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, ya que no soy judío. Cuando vinieron por mí, no había nadie más que pudiera protestar”.

¿Suena exagerado? No, de ninguna forma. Eso de esperar a que sea personal lo injusto para ponerle un alto, es lo que tiene al futbol como lo tiene: podrido, así sin más.

Tan podrido que la forma de resolver un caso grave de racismo es sustituyendo al futbolista al que escandalosamente se está discriminando.

Twitter/albertolati

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.