Aquí se iba a escribir de otra cosa. Del cinismo de López Obrador o del desastre demócrata en Iowa. Pero se cruzó un evento raro. De esos que nos recuerdan que la política, cuando no suelta la mano de la dignidad, es el mayor llamado del hombre.

 

Mitt Romney, senador por Utah, fue el único del partido de Trump que votó a favor de destituir al presidente por “abuso de poder”. Para el exgobernador Romney, el comandante-en-jefe es culpable de retener ayuda militar a Ucrania, a cambio de que ese país iniciara una investigación en contra del hijo del exvicepresidente Joe Biden.

 

Cualquiera que haya seguido el “impeachment” pudo constatar que el argumento republicano no era que Trump no había retenido presupuesto con fines electorales, sino que hacerlo no era grave. Con ese cinismo, 52 senadores del partido de Lincoln decidieron adoptar esa lealtad ciega que busca aplastar la verdad con poder crudo.

 

Pero no Mitt Romney. Con su voto a contracorriente, el excandidato presidencial reafirmó, en su discurso ese día en el Senado, la importancia de tres conceptos del liberalismo político por los que vale la pena luchar: que un individuo puede, y a veces debe, ir contra el sistema; que la libertad de expresión es el último dique contra la tiranía y la corrupción; y que la eterna vigilancia del poder es el precio de la libertad.

 

Al no ceder a las presiones de su bancada, de los medios conservadores y del propio presidente, Romney reivindicó el sagrado derecho, personal y político, de decir “no” aunque todo y todos digan “sí”. Valor que no tuvieron aquellos cobardes que, a sabiendas de la extorsión a Ucrania, decidieron callar, ver al piso e ir con el sistema.

 

Al reconocer que votaría contra Trump a pesar de que no alcanzarían los sufragios para removerlo, Romney subrayó la importancia del voto de protesta; del simbolismo a favor de aquello que un corrupto jamás podrá retener: los dictados de nuestra conciencia. Por ello, la libertad de expresión ganó no solo un aliado, sino un referente en esta época donde la verdad y la evidencia son opcionales.

 

Y al afirmar que él solo hacía lo que la Constitución esperaba de su investidura, el disidente sostuvo que “corromper una elección para mantenerse en el cargo es quizás la violación más abusiva” que puede cometer un presidente. Entre líneas, recordó a los cobardes que dejar de vigilar a Trump era, en sí, empoderarlo más allá de las leyes.

 

En el fondo, Romney habló por la dignidad del hombre y el destino de la democracia, y fue vapuleado por ello. Pero ante la historia ya lleva ventaja. Como escribió Churchill en sus memorias de la Segunda Guerra: “Los deseos y la buena voluntad no pueden superar los hechos brutos. La verdad es incontrovertible. El pánico puede resentirla, la ignorancia puede ridiculizarla, y la malicia puede distorsionarla. Pero ahí está”.

 

@AlonsoTamez

 

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