No es el estrés lo que nos mata, es nuestra reacción al mismo

Hans Selye

Cada día me sorprende más la veracidad y la profundidad de ese dicho popular: “todo es cuestión de actitud”. Descontando la posibilidad de encontrarnos con una “fiera salvaje” en una incursión a su hábitat o un fenómeno natural catastrófico, los peligros que acechan y matan al ser humano son producidos por él mismo, tanto para sí como para otros, desde una enfermedad o un suicidio, pasando por un accidente, hasta un asesinato y una guerra.

En nuestro atávico miedo a lo que hay dentro de nosotros mismos, en cada uno de nosotros, hemos perdido la habilidad de auto regularnos. Quizá nunca la tuvimos. Quizá sea un camino que como especie apenas estamos iniciando. La cuestión es que esa incapacidad casi generalizada es lo que produce todos los “males” que intentamos evitar, modificando siempre nuestro exterior.

La forma negativa en que percibimos las cosas, incluso las que nos suceden por dentro; la actitud que derivamos y la consecuente conducta que tenemos es lo que nos está matando, amén de producirnos infelicidad, inseguridad, ansiedad, amargura, resentimiento y una larga lista de etcéteras que todo mundo quisiera lejos de su vida.

Así pues, el gran mal de hoy en día, la enfermedad más mortal, por ser la causa de casi todas las demás: el estrés, nos trae “arrastrando la cobija” y nos mata porque no sabemos tomarlo positivamente.

Está demostrado ya, científicamente, que el efecto del estrés en los seres humanos es cuestión de actitud. Investigadores de Columbia y Stanford realizaron experimentos cuyos resultados comprueban que quienes ven el estrés, aun el intenso, de manera positiva, como una forma de cargar pilas, resolver problemas y afrontar retos, pueden incluso mejorar sus condiciones físicas y mentales, pues adquieren seguridad y confianza en sí mismos.

Nuestro cuerpo libera en estrés una hormona llamada cortisol, que moviliza el azúcar en sangre para ponernos momentáneamente en un estado de alerta que nos permita afrontar un peligro o superar un obstáculo.

Si ante este estrés, se eleva nuestro miedo, permaneceremos más de lo necesario, por largo tiempo, estresados, porque nos seguiremos sintiendo en riesgo. Entonces el cortisol comenzará a dañar el sistema inmune, elevará la presión sanguínea, acelerará la degeneración celular (nos envejecerá) y desgastará las arterias, entre otras desgracias que ocasiona.

Por el contrario, cuando las personas tienen una actitud entusiasta ante el estrés, confían en su capacidad para resolver problemas, en la bondad de la vida y de sus semejantes o en todo junto, comienzan a liberar una hormona conocida como DHEA (dehidroepiandrosterona), contrapeso del cortisol. Esta maravilla del metabolismo humano producida simplemente por la actitud correcta, amortigua el estrés y protege frente a la depresión y las enfermedades cardiacas. Por eso, los voluntarios del experimento que vivieron el estrés como algo positivo, reaccionaron de una forma saludable mental y físicamente.

Por sí solo, el estrés es siempre el mismo, y es necesarísimo en nuestra vida, o no podríamos aprender nada ni desear ni superar ni conquistar ni disfrutar nada. Si lo dividimos en bueno y malo no tiene que ver con la química corporal, sino con nuestra capacidad para lidiar con él, a partir de nuestra actitud. Por ejemplo, se sabe que el estrés más intenso se dispara si nuestro estatus social está amenazado, si sentimos vergüenza o tememos quedar en ridículo.

Pero, el estatus social no es el mismo para todos, como tampoco compartimos en su totalidad la creencia de lo que es vergonzoso o ridículo. Puntos de vista, pues. Lo que para alguien puede ser muy estresante, como cantar en público si canta feo, para otro puede no serlo, aunque cante peor.

Así pues: sobrelleve su miedo cuando esté estresado, hasta que la experiencia lo desactive. Recuerde que nada es para tanto. Aprenda a reírse de sí mismo. El “humor negro” puede ser muy liberador.

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