La cantidad de ceros en la nómina no representa ni remotamente la diferencia entre un modesto club de tercera categoría y un gigante de primera. Mucho menos, la distancia en posibilidades de contrataciones.

El Barcelona invierte millón y medio de euros sólo en alguno de sus fichajes menos memorables para reforzar la cantera… que es el presupuesto total del club Ibiza que lo sometió y desquició en la Copa del Rey. Ya no decir lo pagado por Ousmane Dembele o Antoine Griezmann, mucho menos el sueldo de Lionel Messi, que en una semana recibe del Barça todo lo que el Ibiza puede gastar en un año.

Como sea, rodó la pelota en esta isla y los blaugranas, por supuesto con un cuadro que alternaba a promesas con consolidados, se vieron superados. Sólo uno de esos caprichos que en el futbol como en la vida favorecen a los eternamente favorecidos, permitió que un poste salvara a los catalanes del segundo gol adverso y que en la última acción del partido se definiera que no habría tiempos extra, que los de siempre avanzaban.

La copa tiene que ser, sí o sí, a partido único y en casa del más débil. Jornada predilecta de los cuadros semiprofesionales, en los que lo mismo el delantero es también cajero en el banco o el portero es profesor de educación física en el colegio, resulta común la euforia del pueblo al descubrir que se medirán a un tiburón.

Por un tiempo, los españoles debilitaron su Copa del Rey al programarla a visita recíproca, toda una traición a lo que se inventó en Inglaterra como el primer certamen en la historia del balón moderno (en 1872 ya se disputaba la FA Cup bajo ese osado espíritu).

Francia lloró en el año 2000 la derrota en el último segundo del amateur club Calais en la final de copa, como el campo del Alcorcón en la periferia de Madrid sigue recordando con murales cuando sus niños golearon a los merengues, como en Inglaterra es inolvidable la coronación del Swindon de tercera frente al Arsenal en la copa de la liga, como en Alemania el entrañable St. Pauli tuvo contra las cuerdas al Bayern Múnich.

En liga resultan más difíciles las sorpresas dado que se basa en la regularidad. En copa, no por recurrir a tópicos, todo puede pasar. En palabras del legendario seleccionador germano, Sepp Herberger, “el balón es redondo, el juego dura 90 minutos y todo lo demás es teoría”.

Por ello la Copa Mx carece de sentido: por su disfraz de liga en primera ronda, el bulto más absurdo para el calendario futbolero, por su duelo de vuelta ya en la segunda. Por ello, si de verdad se pretende elevar su interés, la respuesta está a mano: permitirle ser copa, el ancestral certamen del nocaut.

Twitter/albertolati

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