Así se titula el aclamado libro del joven historiador holandés Rutger Bregman, en el que se insiste que sí es posible sacar de la miseria a cientos de millones de personas con una mejor distribución del trabajo y la riqueza, aboliendo fronteras e instaurando la renta básica universal. Da la impresión de que hasta Bill Gates, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional -los que arrastran la etiqueta de guardianes del statu quo al servicio de los más adinerados-, se inspiran en el discurso de Bregman al señalar que el capitalismo globalizado de corte neoliberal podría asomarse al borde de la ruptura. ¿Por qué? Porque la economía virtual basada en el principio “la codicia es buena” (buena, claro está, para la ganancia de los accionistas en las grandes corporaciones) ya ha quedado obsoleta, además resulta calamitosa para todos, no solo por razones éticas, sino prácticas, pues lleva a revueltas multitudinarias violentas y al auge de populismos extremos de consecuencias imprevisibles. Las crecientes desigualdades perjudican tanto a pobres como a ricos, simplemente porque jalan hacia abajo la productividad de la economía. El magnate de magnates, Bill Gates, el partidario más mediatizado de modificar el sistema, no duda en aclarar públicamente que la magnitud de su fortuna es un simple resultado de las fallas del capitalismo actual.

Todas estas reflexiones sobre el estado del mundo se invitan en estos días al Foro de Davos, Suiza, un evento “jet-set”, símbolo de la élite global, salpicado de debates sobre los dramas que se salen de nuestro control: injusticias sin freno, cambio climático, depresión, refugiados, soledad, etc. En Davos, Greta Thunberg puede toparse con el jefe de Goldman Sachs, con Donald Trump, y también con los dirigentes de la ONG Oxfam. En 2019 el autor de Utopía para realistas fue recibido como un rockstar en la sede del Foro Económico Mundial.

Este año, en la estación alpina suiza, Oxfam nos sacude la conciencia al advertir que las 2 mil personas más ricas del planeta tienen más dinero que las 4 mil 600 millones más pobres (60% de la población mundial). En cuanto a las mujeres, el cuadro aparece aún más estremecedor: el trabajo de las mujeres sin sueldo aportó el año pasado más de 10.8 billones (con b, de billetes verdes), es decir tres veces más de lo que contribuyó la industria de la tecnología.

Estamos de acuerdo con el manifiesto de Klaus Schwab, el fundador del Foro Económico de Davos: el capitalismo, tal y como lo conocemos hoy, está fallando porque no atendió a la empresa como un organismo social, vio en ella más que nada un ente con fines de lucro. Davos llega ahora a su 50 edición sin dejar de mirar hacia principios de la década de los 70, cuando nacía el orden mundial aún vigente con la crisis petrolera de 1973 y el Nixon Shock (o el fin de la convertibilidad directa del dólar con respecto al oro).

Pero ya nada será igual. Los expertos nos anticipan una baja en la demanda de petróleo y de los automóviles. Pronostican también que la debilidad financiera por el frenazo de la economía estrechará el margen de maniobra de los bancos centrales para resolver crisis mayores, como la de 2008.

Hay que prepararse para las calamidades desencadenadas por el galopante cambio climático. Y algo más, estar conscientes del envejecimiento global que se está instalando con todas las dolencias que implica: enfermedades neurodegenerativas, ataques cardiacos, lesiones por caídas. Hasta China ya entró en la fase de envejecimiento y su demografía le pasará factura a la economía de todos nosotros.

Y ya para rematar: en términos generales tendremos más guerras comerciales, fruto del ascendente proteccionismo, menos intercambios internacionales de mercancías y menos inversiones extranjeras.

Pero no nos pongamos trágicos, siempre nos quedará un buen mezcal.