¿Qué soledad es más solitaria que la desconfianza?
George Eliot

Si amar es el motivo fundamental para vivir y compartir la vía privilegiada para amar, confiar es el sustento de ambos, del sentimiento y de la conducta.

Este es, sin embargo, el aspecto, digamos, romántico, pero muy ilustrativo, del concepto confianza. Vayamos a su esencia: confiar es el principal factor de sobrevivencia.

Usted sale a la calle todos los días confiando en que no morirá, en que estará seguro y, aún más, le irá bien. De lo contrario no saldría de su casa, y se encerraría en su habitación aprisionado por la paranoia.

Inconscientemente usted confía en que el chofer del camión lo transportará sano y salvo a su destino, en que ninguna persona lo dañará a lo largo del día, en que no habrá una catástrofe natural que le cueste la vida, en que sus hijos están seguros en la escuela, etc, etc.

Es decir, confiar no es solo un sentimiento, una virtud (ya que a veces no es fácil) y una buena actitud, sino un instinto, tan vital como cualquier otro, que le permite socializar y relacionarse con relativa tranquilidad con todo lo que le rodea.

Así pues, no confiar no es una opción, pero desconfiar sí. Esto es: siempre vamos a confiar en algo, o perdemos la cordura, pero podemos elegir en qué no confiar, porque también el polo opuesto es parte del instinto de sobrevivencia.

Si bien en cuestión de preservación física tenemos más claridad respecto en qué confiar y en qué no, cuando se trata de nuestra psique solemos confundirnos. Somos capaces de poner nuestra confianza y seguir confiando en personas que nos engañan, mienten, maltratan, traicionan, porque nos hacen creer que no lo hacen, aunque sea evidente, que lo dejarán de hacer, que nos aman o que es lo que merecemos. O sea, nos manipulan.

Depositar nuestra confianza en alguien que nos falla no es relevante, a menos que hubiera claras señales anticipadas de que era un error, porque la confianza es ciertamente instintiva, pero también evolutiva como aspecto espiritual, producto del conocimiento y la experiencia.

El problema viene en sostenerla cuando todo indica que debiéramos perderla, porque lo que en este caso está sucediendo es negación de la realidad, de los indicios que ésta nos muestra, muchas veces tan notorios que todos los demás los ven, excepto nosotros, ciegos, individual o colectivamente, a las evidencias.

Esta negación, a la cual revestimos de confianza, es justamente la que nos llevará a sentirnos frustrados, porque las cosas no suceden como deseamos y las personas no son como queremos.

La negación crea expectativas, es decir, apego emocional a situaciones y hechos imaginarios sin cuya realización perderemos el equilibrio emocional. La confianza crea esperanza, ese deseo moderado de un resultado sin el cual podemos continuar sintiéndonos bien.

Desafortunadamente, una de las motivaciones personales que producen negación revestida de confianza es la evasión de responsabilidades. Cuando queremos que alguien nos resuelva algo de lo cual deberíamos hacernos cargo completa o parcialmente, pero nos rehusamos por pereza o miedo, decidimos, como mecanismos de defensa, “confiar”.

Creo que todos conocemos las consecuencias de esta actitud. Y aun así la mantenemos, porque está sostenida por la más poderosa falta de confianza: en uno mismo. Se trata de la famosa inseguridad personal, efectivamente, el no voy a poder.

Si desconfiamos de nosotros mismos, no podemos confiar en los demás. Esa es la verdad. Depositamos en ellos, por miedo, el deber de satisfacer nuestras expectativas y necesidades, siempre con una exigencia en el fondo.

Como la naturaleza creadora del ser humano convierte en realidad aquello que espera, el que no confía en sí mismo paradójicamente “confía” en los otros esperando inconscientemente que le fallen, y eso obtendrá, porque el que desconfía de sí confía en los desconfiables. Ni se ama ni ama a otros en realidad. Solo los necesita.

delasfuentesopina@gmail.com