Hubo épocas, difícil que lo dimensionen los hoy adolescentes, en las que el intervalo entre los torneos de futbol implicaba un enorme ayuno de balón, algo más que un proceso de desintoxicación de verde cancha.

Desde que a principios de junio concluía un certamen, era necesario esperar tres completos meses hasta que la siguiente temporada comenzara –por poner un ejemplo, la final de la campaña 1986-87, con victoria de Chivas sobre Cruz Azul, fue el 7 de junio; el certamen 1987-88 sólo arrancó hasta el 4 de septiembre; en ese lapso hubo una Copa América de dos semanas en la que todavía no participó México, con lo que no hubo pelota que seguir en nuestro país; como único consuelo, un evento amistoso en Estados Unidos, en el que participaron Guadalajara y América junto con otros clubes sudamericanos.

Así que de los tres meses de ansiosa espera hemos pasado a los doce días (¡doce, nada más!) que han separado a la coronación de Rayados en el Apertura 2019 a la inauguración del Clausura 2020 de este viernes.

Evidentemente, si se juega más es porque se pide más, mera lógica de satisfacer un mercado insaciable. Añadamos como factor de saturación las plataformas que hoy nos acercan cotejos de todo confín del planeta, con el Boxing Day inglés instalado en la rutina de los aficionados latinoamericanos; antes, por sistemas de cable que se contrataran, no se podía observar más que un encuentro de futbol español por semana en Televisa (y eso por la presencia de Hugo Sánchez) más otro de italiano en Imevisión, precedente de TV Azteca.

El balón ya rebota en nuestros dispositivos móviles y monitores tanto como queramos. Terminado este Clausura vendrán Eurocopa y Copa América 2020, pronto el nuevo Apertura y así nos seguiremos a Olímpicos de Tokio, que sólo terminarán con un verano que incluya Copa Oro 2021 y el ampliado Mundial de Clubes.

En ese incesante ritmo, los damnificados son los jugadores, cada vez más propensos a lesiones debido a las cada vez más insuficientes pretemporadas. Muchos afirmarán que para eso cobran tan bien. Claro, aunque los millones que se les pagan no garantizan su capacidad para rendir en 70 partidos al año, ni que así retribuyan al aficionado que continúa pagando por un espectáculo que se empobrece, con piernas agotadas y lesionadas.

Hoy luce extremo el voto de castidad de tres meses sin futbol de los años ochenta. Puestos a elegir entre extremos, hemos de admitir que ya no somos capaces de lo de antes; absurdo o no, estos doce días serán la norma del calendario mundial del futbol.

                                                                                                                                    Twitter/albertolati

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