Apenas pasaron cinco días desde que les platiqué de los elementos a seguir de cerca durante todo 2020 y ya se nos manifestó uno de los que les mencioné: “3a. Tensiones geopolíticas: Armamentismo al alza”. Además de que era poco previsible que en la primera semana del 2020 sucediera, todavía se antojaba más improbable que el evento a seguir fuera de muy alto impacto y que su velocidad de escalamiento haya sido tan rápida.

 

El 2 de enero de 2020, el presidente de los Estados Unidos Donald Trump ordenó el asesinato del general iraní Qasem Soleimani, jefe de la Unidad de la Fuerza Quds del cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán. La acción fue una baja muy sensible para los esfuerzos de Irán de mantener su Revolución Islámica en la región.Como resultado, el líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamenei ha prometido vengar la muerte del militar de más alto rango de su país. Al mismo tiempo, Trump ha amenazado reaccionar si se desencadenan represalias contra estadounidenses en la región, asegurando que ejecutará un ataque veloz y contundente sobre 52 puntos estratégicos en dicho país. Mientras tanto, en Occidente las reacciones han sido mixtas entre quienes aplaudieron el asesinato a favor de eliminar el terrorismo versus las facciones pacifistas que han condenado la acción de Trump por no haber sido consultada entre los principales mandatarios de este lado del planeta.

 

Por otro lado, la tensión entre Irak e Irán se ha agudizado y el parlamento iraquí ha tomado la decisión de exigir al ejército estadounidense que se retire de su país, argumentando que es lo mejor para evitar que el conflicto suba de nivel. Al mismo tiempo, Irán ha declarado que romperá el acuerdo nuclear que alcanzó en 2015 con Estados Unidos, a menos que Trump elimine las sanciones económicas que han puesto a Irán en su peor crisis de la historia.

 

En este sentido, el asesinato de Soleimani parece que es la gota que derramó el vaso de un cóctel de múltiples motivaciones alrededor del mundo. En primer lugar, el pretexto perfecto para que Irán reanude su carrera armamentista nuclear y pueda sumar a su causa a un mayor grupo de la población de Medio Oriente que está en contra de la presencia de Occidente en la región. En contraste, Donald Trump necesitaba de manera urgente un factor que pueda distraer al Congreso del juicio de destitución que está en proceso y en su contra, al tiempo que una guerra en Medio Oriente siempre ha sido un “hitazo” para alcanzar los votos necesarios para que un presidente estadounidense consiga su segundo periodo al mando en Washington.

 

¿Y los rusos? Bueno pues ellos felices porque esto les puede dar entrada nuevamente con mayor presencia en Medio Oriente, situación que no le gusta nada ni a Irak, ni a Irán y mucho menos al propio Estados Unidos. Esta situación también le viene bien a Corea del Norte que puede seguir los pasos de Irán y optar por continuar con su propio programa nuclear y a China para también ganar presencia en la zona a través de este país.

 

En términos macroeconómicos, la guerra también es un instrumento efectivo para desencadenar mayor crecimiento económico a través de un mayor gasto e inversión en armamento. Además, un buen golpe de incertidumbre a los mercados ante el temor de una posible guerra le ha dado un brinco a los precios del petróleo, situación que también le arrancará un par de sonrisas a Moscú.

 

¿Se viene la Tercera Guerra Mundial? Más allá de lo viral que se ha vuelto este tema en redes sociales a través de una lluvia de memes al respecto, la probabilidad de una guerra de escala global como consecuencia del asesinato de Soleimani es baja. Quizás todavía existe cierto margen de escalamiento del conflicto para que los participantes del mismo le saquen beneficio (triste pero cierto), ya que llevarlo a una escala mayor tendría como consecuencia costos humanos y económicos exponencialmente mayores que los beneficios que les describí arriba. Por lo anterior, es muy difícil que los principales mandatarios del mundo se dirijan peligrosamente hacia allá. En todo caso, las grandes potencias aprovecharán la situación para colocar sus piezas en la región, teniendo en mente su acceso al petróleo en la región y reordenar la repartición del pastel.

 

De mantenerse el conflicto bajo los niveles actuales, representará una fuente de volatilidad para los mercados financieros internacionales,presiones al alza en los precios internacionales del petróleo,movimientos bruscos en las monedas, un factor de presiones inflacionarias en el mundo que interrumpan los recortes de tasas de interés de los principales bancos centrales del mundo y un elemento de crecimiento económico para los Estados Unidos, así como para los principales países exportadores de petróleo.

 

¿Y qué pasaría con México? Otras de las curiosidades que uno encuentra en redes sociales estos días fue leer opiniones forzadísimasy sinsentido de cómo el asesinato de Soleimani afectaría a los ideales de la Cuarta Transformación o comparar el milenario conflicto de Medio Oriente con la revolución bolivariana en América Latina o el perfil político de AMLO (¿de verdad?).

 

Poniéndonos ya en un terreno más objetivo, frío y centrado, los impactos sobre nuestro país son marginales – si no es que casi nulos – en términos políticos, aunque en términos macroeconómicos si podemos esperar ciertos impactos. Para efectos de nuestra balanza comercial, el repunte en los precios del petróleo incrementará el valor de las exportaciones de la mezcla mexicana de petróleo y al mismo tiempo encarecerá las importaciones mexicanas de otros productos energéticos y derivados del petróleo. El resultado neto, desafortunadamente, no movería la aguja del crecimiento económico ni para arriba ni para abajo por dicho factor. En tanto, en el terreno de los precios, este conflicto geopolítico puede representar un riesgo adicional al alza para la inflación. La subida de precios del petróleo, por otro lado, tendría que ser más sostenida para que se vuelva un factor positivo para efectos de las finanzas públicas de México.

 

Por lo tanto, esperaríamos un repunte en la volatilidad de los mercados financieros locales y efectos contrapuestos en el crecimiento económico que nos permiten decir que el país seguiría teniendo en el consumo privado su principal esperanza para recuperarnos de la recesión económica.