Sí, hicieron la negociación como acostumbran hacerlo todo: a las carreras, a trompicones, con una importante cuota de desprecio al saber hacer. Sí, los negociadores gringos les dieron un repaso: se las aplicaron, dicho coloquialmente, por mucho que luego hayan tratado de disfrazarlo. Sí, las reacciones posteriores de Jesús Seade, nuestro enviado –el único sentado en la mesa a la hora de la verdad, en contraste con los bien armados equipos de los otros países–, fueron de lo confuso a lo insultante, como en su conocida respuesta a Carlos Loret. Así y todo, me parece que debemos brindar en esta temporada de cierre de año por la firma del nuevo tratado comercial con Estados Unidos y Canadá, por varias razones. Me detengo en dos.

La primera es, claro, el asunto de los dineros. La administración obradorista dejó claro ya que la economía de este país, bajo su mando, tendrá un desempeño calamitoso. Porque no, no hay crecimiento, e incluso es posible que terminemos en negativos; porque sí, los efectos negativos de Texcoco se dejarán sentir durante todo el sexenio; y porque sin duda se están gastando nuestra lana en sandeces, como Dos Bocas y sobre todo como el aeropuerto de Santa Lucía, en el que, si en efecto se construye, no aterrizará un solo avión, salvo tal vez alguno que otro con un cargamento de plátanos o de licuadoras. Bien, el T-MEC es garantía de que, con un escenario tan negro, el país sobrevivirá. El daño será considerable. Sufrirán nuestros bolsillos, habrá poca chamba, pero no entraremos en terrenos apocalípticos.

La otra razón es que la firma habla de cierta mesura y cierto pragmatismo en un régimen que, sin duda, luego manda señales inquietantes de radicalización (unas cuantas) y autoritarismo (abundantísimas). En el tutifruti que es la 4T, lo mismo se lanza una legisladora a promover el fin del Estado laico con una propuesta de aberración jurídica, que se forma a los jóvenes para integrar “comités de defensa de la 4T” –las resonancias castristas del nombrecito son vomitivas: órale con el homenaje a la represión–, que se recibe a Evo Morales como a un prohombre. Son idioteces y tiros al aire, pero idioteces y tiros que mandan un mensaje preocupante. El tratado, que alarga nuestra integración al bloque norteamericano, tan capitalista él, nos aleja, sí, de la consagración de la locura. De la marginalidad pobrista que azota al continente.

Así que a celebrar, gente querida. Tal vez con un whisky canadiense o un vino californiano.