Las imágenes son indignantes. Con furia, varios de los miembros de las organizaciones campesinas que fueron a protestar a Bellas Artes contra la exposición “La Revolución”, el cuadro de Fabián Chairez que a su entender representa a Zapata como gay, golpearon con salvajismo a muchos de los manifestantes que, en sentido contrario, fueron a defender no solo los derechos de la comunidad gay o, más ampliamente, de la LGTBI, como dijeron algunos medios, sino, conviene recordarlo, el derecho de toda la ciudadanía a ver lo que le plazca en las paredes de un museo o en cualquier otro sitio. Y “lo que le plazca” incluye, sí, una representación gay de Zapata, le pese a quien le pese. Por si hace falta aclararlo, “le pese a quien le pese” incluye a la descendencia del caudillo.

Va por delante que esta vez, al menos en el terreno del lenguaje, las autoridades estuvieron a la altura. Lo estuvo el presidente López Obrador, tantas veces señalado por su conservadurismo, cuando contestó en la mañanera que no le “incomodaba” esa representación de Zapata y que estaba en favor de las libertades (aunque el apunte de que las partes en conflicto deberían “entenderse” es mucho más dudoso). Y lo estuvo el Gobierno de la ciudad, cuando, en su comunicado, de manera inusual, condenó sin ambages los ataques y se comprometió a proceder según la ley.

Y es que no es ésta la norma. No lo es desde hace muchos años en la Ciudad de México, donde basta con agitar alguna filiación de izquierdas para actuar con perfecta impunidad, una tendencia que se ha acentuado hasta lo surrealista con la 4T.

En efecto, ésta es la ciudad de la calle bloqueada un día sí y otro también a mayor gloria de la causa que ustedes me digan, pero también la de los destrozos a manos de los anarquistas y de los secuestros multitudinarios a manos de la CNTE, que además ha madreado policías impunemente. Pero dejen ustedes la ciudad: el país. Aquí se palmea la espalda de Ovidio Guzmán y se deja humanitariamente que los empresarios paguen el precio de que los profes bloqueen las vías del tren, y con el tren, la economía.

Ojalá que esto no se quede en buenas palabras y llegue, categóricamente, a los tribunales. Porque sí, hemos logrado regalarnos una ciudad que es, con todos sus problemas, una ciudad libre y tolerante que dijo no a la homofobia violenta hace mucho. Es responsabilidad de quienes nos gobiernan que, sin cálculos políticos, sin retórica buenista, lo siga siendo.