En éste, como en todo tiempo de polarización y paranoia, lo cómodo es atribuir cada error propio a persecución, a envidias, a que no nos quieren. ¿O cómo entender la reacción del primer ministro ruso, Dimitri Medvedev, ante el nuevo castigo al deporte ruso por dopaje de Estado? Literal, el segundo político más importante de la nación ha achacado la sanción a una “histeria anti rusa”.

Nada más lejano de la realidad, por segundos Juegos Olímpicos de verano consecutivos no ondeará su bandera porque así lo han merecido. Aquí no cabe aquello de si el resto de los países también tienen deportistas incurriendo en dopaje, porque la obvia respuesta es que sí, que no son los únicos. Aquí lo que cabe es probar que el sistema de dopaje de otros es organizado y subvencionado desde el gobierno.

Por poner un ejemplo, Lance Armstrong, ciclista que ganara fraudulentamente siete Tours de Francia, fue despojado de todas sus glorias sin que eso se vinculara con el sistema deportivo estadounidense. Lo mismo Marion Jones con sus cinco medallas en Sídney 2000 o, por recurrir a otra nacionalidad, el canadiense Ben Johnson con el récord mundial en 100 metros en Seúl 1988, incluso Diego Maradona con la efedrina en Estados Unidos 94. La gran diferencia entre el modelo ruso y el resto en la actualidad, es que ahí el dopaje no provino de la iniciativa privada, de un entrenador, escuela o el mismo atleta buscando incrementar ilegalmente su rendimiento. Eso propició que la WADA (Agencia Mundial Anti Dopaje) castigara a Rusia en bloque y no a sus deportistas de forma individual.

Algo que remite, inevitablemente, a lo que acontecía en la extinta República Democrática Alemana, con laboratorios y científicos destinados a llevar a sus atletas a marcas imposibles (como los 47.60 segundos de Marita Koch en 400 metros, por siempre bajo suspicacia e incredulidad). Época en la que también había exponentes de otros sitios ingiriendo sustancias prohibidas, aunque volvemos a lo mismo: que se haya podido comprobar, no bajo la tutela del ministerio de deporte, salud, educación, desarrollo o el que sea. De eso se trata el dopaje de Estado.

Por ejemplo, la federación búlgara de levantamiento de pesas ha sido excluida de varios Olímpicos al concluirse que el problema no era el dopaje de uno o dos, sino de todos quienes la representaban. Así, pero en varios deportes, lo detectado por la WADA en Moscú.

Para quienes pretendan comprar el discurso de histeria anti rusa planteado por Medvedev, vale la pena enfatizar que si algo deseaba a toda costa el Comité Olímpico Internacional e incluso la FIFA (porque esto tiende a impedir que la selección anfitriona del pasado Mundial acuda a Qatar 2022), era terminar con la inhabilitación. Rusia es necesaria por competitividad, por venta de derechos televisivos, por imagen de los Juegos como punto de armonía, por relaciones internacionales. Sin embargo, pese a que la nueva cúpula directiva rusa se dedicó a despotricar en contra de quienes les antecedieron en los cargos (admitiendo que sí hubo malas acciones en el pasado), la WADA no ha encontrado una genuina voluntad de cambio.

Mal para el olimpismo, aunque mucho, muchísimo peor, para el deporte ruso. Como epitafio, ese pretender zanjar todo con delirio de persecución (¡histeria anti rusa!), anzuelo tan eficaz en tiempos de paranoia como los que corren.

Twitter/albertolati

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