Los seres existen en relación, pero a partir de sí y no a partir de la totalidad.
Emmanuel Lévinas

En ningún aspecto de su vida el hombre puede vivir y desarrollarse aislado de su colectivo. El apellido nos identifica con un grupo, la edad con otro, igual que el género, la escolaridad, incluso nuestro estado de salud, código postal, raza y, por supuesto, nacionalidad.

Todos estos son grupos de clasificación que nos otorgan características determinadas, y nosotros podemos o no convertirlas en parte de nuestra identidad; pero existe otro tipo de colectivos a los que pertenecemos por nuestra propia voluntad: religión, partido político, asociación civil, “la banda”, etc. Con éstos nos identificamos a partir de intereses comunes, gustos, creencias, actividades conjuntas o colaborativas e ideologías. Éstos llegan a ser nuestra estabilidad, fortaleza, poder, confianza, seguridad, etc., así que demás está decirle lo que puede afectar a un ser humano una ruptura con su colectivo por elección.

Es tan poderoso el campo de protección y autoestima de un colectivo para un individuo, que está dispuesto incluso a matar por defenderlo. Piense en los fundamentalistas, los terroristas, etc. El efecto secundario de la pertenencia y la necesidad de seguridad del ser humano es que al formar un colectivo comienza a luchar contra otros, en lugar de cooperar. Los demás se convierten en enemigos.

Convertir en enemigos a los miembros de otros colectivos es, por cierto, uno de los recursos psicológicos más útiles para los políticos de corte populista. “Divide y vencerás”.

Un cisma de este carácter (la ruptura con un colectivo) puede llevar a una persona a un salto mentalmente evolutivo o a la desgracia personal, depende de qué historia se cuente a sí misma, porque de eso depende en realidad la felicidad o la infelicidad de un ser humano: de la forma en que nos contamos a nosotros mismos la historia, la nuestra, la ajena, la de la vida, la del mundo.

Es bueno comprender cuáles son los factores que afectan a un colectivo y a cada uno de sus miembros, para que si un día experimentamos una ruptura de este tipo, nos contemos la historia con una narrativa que nos lleve a crecer y no a arrastrar la cobija.

Comencemos por señalar que el común denominador de cualquier grupo es la identidad, o sea, el conjunto de rasgos comunes entre sus miembros, que caracteriza a nuestro colectivo frente a otros. Esa identidad da un sentimiento de unión y pertenencia, que es el principal adhesivo, o sea, el factor de cohesión grupal, al que se suma el nivel de satisfacción que obtiene cada miembro del colectivo en la actividad colaborativa, misma que depende de un liderazgo sólido y eficaz, que implica necesariamente no privilegiar a determinados individuos y propiciar una competencia sana, basada en los méritos y no las “grillas”.

Si ya no hay un sentimiento de unidad con el grupo, es porque ya no hay satisfacción personal en lo que puede obtenerse del trabajo en equipo. Esto puede suceder porque la persona ya no se identifica con las creencias comunes, aunque todavía no lo tenga claro ni haya formulado nuevas, porque el colectivo perdió sus objetivos, porque sus miembros están privilegiando sus propios intereses sobre los comunes, porque no tienen un liderazgo que dé la talla o por todos estos factores juntos.

Pues bien, si se encuentra usted ahora o algún día en esta situación difícil de manejar, no se sienta culpable por deslealtad: todo mundo tiene derecho a cambiar de opinión. Lo importante es saber que usted puede ser lo que quiera ser, no lo que le dicen que sea. Afuera le esperan otros.

Quedémonos con esta cita de Eckhart Tolle: “La mayoría de la gente se pasa la vida aprisionada en los confines de sus propios pensamientos. Nunca van más allá de un sentido de identidad estrecho y personalizado, fabricado por la mente y condicionado por el pasado”.

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