José Mujica trae frescura a la que segmentos de izquierdas y derechas consideran odiosa polarización política.

La polarización preexiste a la coyuntura histórica actual mexicana y latinoamericana. De hecho, es característica inevitable de la política. Antes funcionaba que los actores políticos eran menos transparentes en sus posturas públicas y que los medios que recibían publicidad la moderaban y matizaban de acuerdo al contrato convenido con los gobiernos.

La polarización en redes, de los últimos doce años, es parte de un proceso de expresión libérrima, como lo es una asamblea estudiantil o un combate de porras futboleras.

Tampoco es responsabilidad de un actor político y nadie está excluido de participar o aprovechar ese entorno vociferante para expresar sus opiniones y falsear o defender “la verdad”.

Considerado esto, la visita del ex presidente uruguayo, desde su recepción por el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, hasta el abrazo público y privado con el presidente Andrés Manuel López Obrador es una bocanada de frescura si se estiman las reacciones a la controversial visita y estancia de Evo Morales o a los pronunciamientos de Mario Vargas Llosa.

Mujica dejó un gobierno con sociedad estable, es respetuoso de la soberanía del prójimo, su honradez es de tan alto valor como el simbolismo del famoso Volkswagen que fue asociado tanto a su imagen como a su austero deambular latinoamericano.

La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, es una novela fascinante para jóvenes que comenzaron a conocer de literatura en la preparatoria.

Quienes la leímos entonces no olvidamos el asesinato artero de El Esclavo y la dominante personalidad de El Jaguar. La tensión entre personajes y prototipos del continente habla desde las voces de las izquierdas y de las derechas con mucha fuerza en sus múltiples paisajes humanos y orográficos.

El contraste entre Mujica y Vargas Llosa es claro e inmediato cuando se trata de referirse a México.

Mientras el ex presidente uruguayo expresó “no estoy en México para hablar de su política interna”, poco antes de recibir el doctorado honoris causa en la Universidad Iberoamericana —gran diferencia de los que se compran masivamente—, Vargas Llosa se repetía a sí mismo en la consistencia de su propia visión de lo que debe ser la derecha latinoamericana y lo hizo asociando al presidente López Obrador con su frase cliché respecto de la “dictadura perfecta”.

Al responderle a Vargas Llosa con la afirmación de que el peruano es protagonista del “panfletarismo perfecto” reciclado, la esposa del primer mandatario neutralizó en buena parte la proliferación de los “likes” a favor del conservadurismo, de cuyos segmentos más brillantes es sin duda muestra Vargas Llosa.

Más sutil y elegante es la respuesta de Mujica. En las ciudades donde ladran los perros, la “vida suprema” de Pepe nos enorgullece.