Una nueva dicotomía toma forma en la política mexicana. Si bien dividir una idea en solo dos posturas rara vez es analíticamente correcto, las dicotomías sirven para explicar relaciones de poder de modo sencillo, lo que facilita la construcción de una narrativa común en grupos grandes de personas y, por ende, su organización política.

 

Las narrativas dicotómicas no necesariamente son mentiras totales. El propio presidente López Obrador desde hace mucho divide la inmensidad del país en solo dos bandos: pueblo noble y patriota, o élites corruptas y traicioneras. ¿Es analíticamente correcto? Claro que no. ¿Es útil para hacer política? Sí. ¿Tiene algo de verdad y algo de mentira? También. ¿Esa dicotomía debe regirnos? Yo digo que no.

 

Tras un año de gobierno, y en congruencia con su formación en el priismo de los 70, va quedando claro que la apuesta de López Obrador es recentralizar el poder en la figura del presidente. Empiezan a acumularse los atentados contra instituciones que solo funcionan si son autónomas del capricho presidencial. Por ejemplo, la imposición (no tuvo los votos necesarios y Monreal lo reconoció) en la CNDH de la morenista Rosario Piedra; designar a su fiel escudero, Bernardo Bátiz, en el Consejo de la Judicatura; el esfuerzo morenista por echar del INE a Lorenzo Córdova, etc.

 

De igual manera, en la misma lógica de recentralización, el presidente, vía el Ejército, encabeza la construcción del aeropuerto de Santa Lucía cuando deberían hacerla empresas especializadas bajo supervisión del gobierno. Por este tipo de acciones, apoyar el proyecto obradorista empieza a significar, también, apoyar la recentralización del poder; regresar al viejo modelo en el que, en nombre de una falsa unidad nacional y una «transformación», no se le puede decir «no» al Ejecutivo.

 

La dicotomía entre quienes quieren un México de poder recentralizado y uno de poder compartido, empieza a ser una forma coherente de leer el momento político. Ayer en el Zócalo, López Obrador dio un mensaje para celebrar su primer año de gobierno, frente a una multitud que quisiera que él tuviese más poder y menos contrapesos. A 4.5 kilómetros de ahí, en el Ángel de la Independencia, otra multitud, de menor tamaño, se congregó para criticar el primer año del gobierno. Ellos quisieran que el presidente tuviese menos poder y más contrapesos. Bajo esta lógica, a los primeros los mueve una idea de futuro; a los segundos, la mayor parte de nuestra historia del siglo XX.

 

Para la oposición partidista y no partidista, la dicotomía poder recentralizado-poder compartido puede ser útil para organizar y ampliar el voto anti-MORENA en 2021. Primero, porque explica rápidamente lo que, en los hechos, ha estado ofreciendo cada bando; y segundo, porque le pide a los mexicanos algo muy sencillo: apelar a su memoria histórica para no tropezar con la misma piedra del hiperpresidencialismo.

 

@AlonsoTamez