Había sido una noche rutilante como tenía mucho tiempo sin verse en el ya por entonces considerado veterano, Roger Federer.

En el torneo de Maestros de Londres, el suizo había vencido a Rafael Nadal con la mayor comodidad de su carrera, endosándole además un 6-0, y se presentaba ante mí con un baño de la más sincera humildad: “Una noche así es algo muy especial, no siempre ha pasado de esa forma contra él, he salido varias veces de la cancha como perdedor y me enorgullece mucho esta actuación. Rafa es un gran campeón, hemos tenido batallas épicas a lo largo de los años y que por fin se haya dado un juego de un solo lado me permite seguir soñando”.

Su idea de seguir soñando nos llevó a numerosos temas: el sueño de medalla pensando en Londres 2012 que estaba a ocho meses (iluso un servidor, como si con 31 años pudiese ser la última oportunidad olímpica de ese genio); la necesidad de acrecentar su palmarés en certámenes de Grand Slam (en ese instante acumulaba casi dos años sin títulos grandes; cómo imaginar que todavía en 2018 seguiría levantando trofeos de esos); su disciplina y amor al juego; su no sentirse saciado; su parte familiar, incluidos los intentos que había hecho por entrevistarlo desde unos años antes por el Mundial en Sudáfrica (su madre es sudafricana); su última visita a México en 1996 y sus ganas de volver.

Ocho años han transcurrido desde entonces y al fin Su Majestad jugará en nuestro territorio. Lo hará en un partido de exhibición, con su competitividad como única exigencia (lo cual basta y sobra). Lo hará con esa aura que me dejó marcado en aquel encuentro: su sonrisa fácil y gusto por la broma, su caminar tan elegante como si el bailarín de ballet con raqueta estuviese permanentemente hipnotizando a la pelota, su atención en hacer sentir especial a quien busque un autógrafo, una foto, una sonrisa, una palabra, una mirada. Lo hará restándose importancia. Y lo hará con absoluta vigencia.

Hoy, con 38 años, no parece fácil que incremente su colección de Grand Slams (y eso que venimos de una final de Wimbledon en la que desperdició tres puntos para campeonato), aunque tampoco luce más difícil que en aquel momento. Hoy no será el candidato primordial para conquistar el oro en singles de Tokio 2020, como tampoco lo era en ese instante (y se colgó la plata en Londres 2012).

Sigue ahí. Consciente de que cada vez falta menos para el retiro, pero de que sigue faltando. Mientras falte, quienes entendemos que el deporte puede ser un lienzo, una partitura o un poemario, tendremos razones para disfrutar. Razones que no se contabilizan ni cuantifican: ¿récords?, ¿puntos?, ¿coronas? Apreciar el legado de Roger es renunciar a los números y centrarse a lo que no se repetirá, que es su estética.

Twitter/albertolati

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.