Desde agosto de 2018, Andrés Manuel López Obrador puso una pausa a su militancia en Morena y dejó de participar en actos de la vida interna de ese partido para abocarse, de lleno, a la construcción de su proyecto de nación.

 

Dejó un estatuto y una estructura que podrían garantizar la consolidación de un partido sólido. Pero no fue así y el partido depende como al principio, de su figura. Y él sabe perfectamente lo que eso significa. En alguna ocasión ya puso a prueba esa condición, la de ser el principal activo de un organismo político, que da una fuerza extraordinaria a un hombre pero debilita a una institución.

 

Lo hizo en el PRD. Cuando en 2009, en Iztapalapa, el Tribunal Electoral le dio a Silvia Olivia Fragoso la candidatura del sol azteca para buscar esa delegación y se la quitó a Clara Brugada, López Obrador improvisó y pidió a sus seguidores votar por Rafael Acosta Ángeles, Juanito, quien era candidato del PT y no tenía la menor posibilidad de ganar, hasta ese momento… y ganó.

 

La experiencia posterior no fue lo que esperaba, porque Juanito ya no quería renunciar, como se había comprometido, y protagonizó algunos meses de jaloneo hasta que dejó la delegación.

 

Pero con esa maniobra, López Obrador aún perredista, le arrebató el triunfo a la estructura que habían trabajado René Arce y Victor Hugo Círigo, que ya habían sido delegados; y ahí comenzó la debacle del PRD.

 

Tras ese capítulo, el ahora Presidente de México sabe que puede irse del partido y llevarse el nombre, pues entiende que sus incondicionales estarán con él, porque Morena no ha construido un plan claro y definido con el que sus militantes y seguidores puedan identificarse. Sin AMLO, los estatutos y principios morenistas suenan huecos para ellos.

 

Por eso, en agosto pasado, y ya con la disputa de la dirigencia de Morena al alza, López Obrador dijo que si echan a perder el partido, “no sólo renunciaría a él”, sino que también le gustaría que le cambiaran el nombre. En ese partido, aún con la licencia indefinida como integrante se hace lo que pide o insinúa el Presidente, aunque él no tenga la intención de tirar línea.

 

Y es en ese contexto que surgen dirigentes que quieren abanderar la figura presidencial más allá de los argumentos, e insisten en la encuesta para elegir a su dirigencia, ahora que el Tribunal Electora canceló el proceso que se llevaba a cabo y que tendría que terminar en este mes, en lugar de construir un verdadero partido, en el que sus bases sean tomadas en cuenta.

 

Hasta hay quien aplaude la intervención del Tribunal en la vida interna de Morena.

 

 

#¿LoboEstásAhí?

 

 

“Dios no quiere que sufran… esto es por el mal gobierno y la corrupción…”

 

Era marzo de 2015, Andrés Manuel López Obrar había intensificado sus recorridos por los municipios del Estado de México, faltaban tres meses para las elecciones estatales y ya había llamado la atención la carga religiosa en sus discursos.

 

Aludir a Dios y al cristianismo en su discurso no es nuevo para AMLO, pero al paso de los años esas referencias religiosas han aumentado.

 

 

 

jhs