La tregua no se vislumbra. Al contrario, se abrió un nuevo frente en la batalla comercial entre Washington y la Unión Europea. Como si no tuviéramos suficiente con el choque frontal en la línea Estados Unidos-China. Los obuses en forma de aranceles -altísimos, de 25%-, caen desde el pasado 18 de octubre. Ahora apuntan a aviones comerciales y, sobre todo, a un sinnúmero de productos agroalimentarios: quesos italianos, galletas alemanas, whisky escocés, aceite de oliva español… y lo que más irrita en el sitio donde escribo estas líneas, el vino francés.

El ataque viene de Donald Trump, como castigo por los daños sufridos a causa de los subsidios (ilegales a juicio de la Organización Mundial del Comercio) al gigante aeronáutico Airbus, el rival número uno del estadounidense Boeing.

Trump golpea donde más duele, dispara contra los productos más simbólicos de cada país y los que mejor se venden en el
extranjero. Con los aranceles que impuso a los europeos ganará el exorbitante monto de 7 mil 500 millones de dólares.

En el caso de Francia, donde la cultura y la tradición en torno al vino lo convierten en en el emblema nacional, 4 mil 500 empresas exportadoras de esta bebida bandera no ven cómo sacar enseñanza del amargo momento que se está viviendo.

Y es que estamos en el hogar de las marcas más finas y prestigiosas del planeta, en el país vitivinícola por excelencia, uno de los principales productores, el segundo consumidor y, de lejos, el primer exportador de vino en volumen con una cuota de mercado internacional de 30%. ¿Cómo no va a afectar? Aplasta.

La facturación da vértigos. Estamos hablando de más de 11 mil millones de billetes verdes anuales que Francia ingresa por proveer al mundo de sus Cabernet Sauvignons, sus Pinot Noirs, Merlots o Chardonnays. Resulta que dos de cada diez botellas que salen del país galo terminan en las mesas de los estadounidenses, que ahora están obligados a pagar 30% más por causa de la durísima sanción que recibió el vino francés, víctima colateral de la feroz guerra arancelaria. La inquietud se instala a los dos lados del Atlántico, pues nadie olvida que Estados Unidos es el mercado más grande y rentable para la célebre bebida “Made in France”.

¿Querrán gastar más los norteamericanos en su “vin français”? Resulta difícil imaginarlo. Probablemente voltearán a ver vinos italianos (no sancionados por Trump), sudamericanos o, ¿por qué no?, los deliciosos tintos de México.

La desgracia de unos es la alegría de otros. Solo sirve de consuelo que no hayan golpeado el Champagne, el Cognac y el queso Roquefort, otros signos distintivos de Francia. Habrá que descorchar un elegante Dom Pérignon, antes de que se haga demasiado tarde.