A diferencia de lo que experimentaron las generaciones precedentes, quienes hoy son jóvenes en Chile no saben lo que es vivir bajo una dictadura.

Sin embargo, aunque Augusto Pinochet dejó el poder desde 1990, su nombre nunca dejó de flotar en debates, arenas políticas, espacios públicos. Mientras abría la Copa América de Chile, en junio de 2015, ante el Estadio Nacional de Santiago (de atroz vínculo con la represión y violación de Derechos Humanos por parte de aquella junta militar), se escuchaba un canto futbolero modificado: “¡Que los vengan a ver, que los vengan a ver! ¡Esto no es un gobierno son puras leyes de Pinochet!”.

A unos metros de las protestas que acusaban de fascista al gobierno en turno, había que hacer un esfuerzo para detectar la arrumbada placa que da testimonio de lo ahí sucedido, para leer sus difusas y deslavadas letras, para recordar que ahí hubo un campo de detención y tortura. Más complicado todavía es hallar en el estacionamiento un diagrama que detalla lo acontecido en cada punto del estadio durante ese trágico período: en los túneles y en las oficinas, en cada parte del terreno de juego y en cada sector de la tribuna.

Una vez dentro, mientras se disputaba la inauguración, notamos que tras la remodelación del denominado Coloso de Ñuñoa se mantuvo vacía la parte baja de una cabecera del estadio, con gradería de madera y enrejada tal como en los funestos años setenta. «Un pueblo sin memoria, es un pueblo sin futuro», se leía en ese sector.

Memoria y futuro, dos palabras entrelazadas en estos días, con el toque de queda, con la represión de las protestas, con los manifestantes desafiando el decretado estado de emergencia como no se hubiesen atrevido sus padres y abuelos.

Como muestra de lo anacrónico que resulta hoy hablar de izquierda o derecha, el precio del transporte público, raíz formal de la crisis chilena, recientemente cimbró a otra sociedad latinoamericana. Las protestas que sacudieron a Brasil en junio de 2013, justo cuando estaba por inaugurarse la Copa Confederaciones (y, con ella, se instalaba el foco deportivo en ese país por los siguientes tres años, con Mundial y Olímpicos), empezaron con el aumento de veinte centavos de real del transporte público.

Difícil para el poder dimensionar el efecto de sus medidas, ni en aquel Brasil donde Lula flotaba sobre su discípula Dilma Rousseff como patriarca de la izquierda, ni en este Chile en el que Sebastián Piñera jamás pensó que su noción de derecha se adhiriera tan pronto al recuerdo de Pinochet.

Como recuerdo de toda tentación autoritaria, un sitio en el que muchos piensan que ya no se tendría que jugar, el Nacional de Santiago, casa de la selección andina, y sus túneles que fueron mazmorras.

Twitter/albertolati

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