Desde hace cinco meses, la joven sueca Greta Thunberg, impulsora de la rebelión climática, vive bajo los reflectores. Esta semana fue catapultada al estrellato planetario gracias a su explosivo discurso ante los líderes mundiales en la cumbre del clima de la ONU, un acto sin duda heroico el de esta niña de 16 años con Asperger que desafía a sus detractores lanzando: “Estamos a las puertas de la extinción masiva y ustedes de lo único que hablan es de dinero”.

Nadie cuestiona la grandeza y los superpoderes del símbolo Greta, que logró, cual Iron Man lo inalcanzable. Pero, el entusiasmo de la opinión pública se enfría rápidamente cuando uno rasca la historia del fenómeno espontáneo de la adolescente que falta a la escuela para protestar contra el cambio climático e inspira una huelga climática global sacando a las calles a cientos de miles de jóvenes. Detrás de “la voz de su generación” muy rápido apareció en todos los medios un sinnúmero de datos apuntando a que estamos frente al simple fruto de una campaña de marketing cuidadosamente orquestada.

Los que atacan a Greta no son forzosamente los “negocionistas” del clima o grupos de extrema derecha. En Francia, país sede de la COP 21 que aspira a ser el líder de líderes de la lucha contra el cambio climático, hasta medios llamados “centristas y moderados” dedican sus espacios a descifrar los secretos de la fabricación del “títere promovido por empresas energéticas verdes y grandes lobbies”. Hablan de un ejército de cabilderos ambientales, expertos en relaciones públicas y científicos ligados a una ex ministra sueca conocida por sus lazos con los gigantes energéticos de su país. La ecologización de las economías es el business del futuro, apuntan los observadores más sesudos, y no olvidan citar al célebre economista galo Thomas Piketty, quien advierte desde hace tiempo las principales víctimas de los extremos climáticos serán los pobres, nunca las élites acaudaladas.

Para el filósofo más popular de Francia, Michael Onfray, la joven sueca parece un cíborg. El político del partido francés Los Republicanos, Julien Aubert, la llamó “profeta en pantalones cortos”. Vaya ambiente que generó la “Juana de Arco del cambio climático”.

Al debate sobre Greta aportó su grano de arena el mismísimo presidente galo, Emmanuel Macron, visiblemente perturbado por los ataques que se atrevió a lanzar en su contra la joven activista sueca. Sí, Greta no titubeó en denunciar en la ONU a Francia (junto con Alemania, Argentina, Brasil y Turquía) por su inacción ante el drama climático. Macron, que siempre se ha querido proyectar como el ícono ambientalista mundial, replicó: “Son posiciones muy radicales, es algo que antagonizará a nuestras sociedades”.

Ni les cuento la que se armó en las redes sociales. Un 60-70% de los comentarios destrozaban literalmente a la niña ambientalista que se va de pinta para exigir acciones para salvar al planeta de la destrucción. “Ya serviste de mascota, ya montaste tu circo, ahora regresa a la escuela”, “increpaste a los líderes mundiales diciendo que te robaron tus sueños, deberías de increpar a tus padres porque te robaron la niñez”, es la nota dominante en los comentarios que leo estupefacta en Internet.

Cuesta trabajo entender el odio, absolutamente desmesurado, que se abatió contra esta chica. No tengo manera de explicarlo.