Este jueves 19 de septiembre se cumplen 34 años del terremoto que provocó la muerte a más de 6 mil personas en la Ciudad de México (cifra oficial), aunque la Embajada de Estados Unidos reportó que fueron más de 30 mil las que fallecieron. Y también se cumplen dos años del sismo que arrancó la vida a 254 seres en la capital del país.

A la distancia parecieran ser sólo números fríos, estadísticos, pero no lo son. Quienes habitamos esta gran urbe, una de las más pobladas del mundo con más de 26 millones de habitantes incluyendo su zona metropolitana, sabemos que estamos en una zona sísmica, pero también nos encontramos ante un fenómeno de hundimientos diferenciales producto de la excesiva extracción de agua del subsuelo, que data de 1850.

Los geólogos han señalado que existe una modificación en los esfuerzos dentro de la masa del subsuelo lo que origina que la ciudad se hunda. Por ejemplo, el Centro Histórico en los últimos 150 años se ha hundido poco más de 10 metros (entre 7 y 10 centímetros anuales), y lo más grave se resgistra en la región oriente en donde estuvieron los lagos de Texcoco, Chalco y Xaltocan, la cual se hunde en promedio anual entre 20 y 40 centímetros.

Este fenómeno de hundimientos daña la infraestructura arquitectónica de la ciudad y corre mayor riesgo ante potenciales sismos por arriba de magnitud 7, principalmente en las zonas de transición en donde fueron las orillas de los lagos.

Si bien las autoridades de la CDMX mantienen el monitoreo sobre el diagnóstico estructural en inmuebles como viviendas, escuelas y hospitales, aún faltan registros o estudios sobre las fallas de cálculo y malas interpretaciones en el Reglamento de Construcción que presentan algunas edificaciones, sobre todo las más recientes, pues hace dos años afloraron errores en construcciones que no tenían más de 3 años.

Además, hace más de tres años las entonces autoridades capitalinas reportaron que la Unidad Habitacional Nonoalco Tlatelolco presentaba alto riesgo estructural en 20 edificios; sin embargo, y a decir de los propios vecinos no se han realizado obras de rehabilitación a gran escala, y hasta han denunciado que los cimientos están inundados como es el caso de los edificios Tipo C ( de 13 niveles), y que, además, tienen desplomes por hundimientos.

Y ahora en estas efemérides sería importante que las autoridades informen también sobre otras unidades habitacionales que han estado catalogadas de alto riesgo estructural como Lindavista Vallejo, Zacatenco, SCT Vallejo, Tenochtitlán, Nueva Tenochtitlán, Tláhuac y Jardines Ceylán, entre otras.

Si bien es cierto que las escuelas y hospitales fueron revisados a detalle después del sismo de 2017, sería muy conveniente conocer qué tan sana está su estructura ante los hundimientos y para resistir sismos mayores de magnitud 8.

De igual forma, a las campañas de prevención antisísmica que en los últimos años se han impulsado en la ciudad, también se deben intensificar otras de índole informativo para alertar a la población que, debido a la sobreexplotación del acuífero, la metrópoli se seguirá hundiendo y que este fenómeno es irreversible.

Una urbe con estas características cada año debería de actualizar los diagnósticos estructurales de los inmuebles y medir con mayor precisión la velocidad de los hundimientos. De nada sirve que cientos de estudios se queden guardados en las oficinas de gobierno o en las Cámaras de Diputados o Senadores.