México tiene un presidente de la República que se atrevió a declarar que no le “preocupa mucho el asunto (del crecimiento económico)”, cuando se le cuestionó sobre el 0.0 % de expansión que reportó nuestra economía para el segundo trimestre de 2019, según el INEGI.

Nuestro país también es uno de empresarios del, por y para el poder, como Carlos Slim Helú, que, con tal de recibir grandes contratos de gobierno, están dispuestos a repetir barbaridades. Como cuando dijo, frente al presidente que horas antes le había otorgado la construcción de diversos gasoductos, que “es intrascendente (crecer económicamente en 2019)”.

Claro que a López Obrador le importa el crecimiento porque ello afecta, entre otras cosas, la recaudación fiscal que es el motor de sus programas clientelares. Y en el caso de Slim, este solo quiere quedar bien con el poder. Pero más allá de lo que lleve a ambos a declarar tonterías en las que no creen, el crecimiento de la economía, y particularmente el crecimiento de la “rebanada de pastel” de cada mexicano (el PIB per cápita), son fundamentales para proteger la democracia.

En su ya clásico libro “El pueblo vs. la democracia: Por qué nuestra libertad está en peligro y cómo salvarla” (Harvard Press, 2018), el politólogo germano-estadounidense Yascha Mounk cita una potente conclusión alcanzada por Przeworski y Limongi (1997): “Argentina experimentó un golpe militar en 1975, cuando su PIB per cápita era de aproximadamente $ 14,000 dólares actuales. Por encima de ese umbral, ninguna democracia establecida se había derrumbado” (p. 4).

A lo que se refiere Mounk (o más bien Przeworski y Limongi) es a la importancia del crecimiento, ya que si el PIB per cápita de una democracia está por encima de aquella cifra, su sistema político pluralista suele resultar notablemente resistente ante embates oligárquicos o crisis circunstanciales. Páginas más adelante, Mounk recalca con mayor contundencia: “Una distribución más equitativa del crecimiento (…) es una cuestión de estabilidad política” (p. 17), y no meramente una de justicia redistributiva, por más urgente que sea esta.

En México estamos en el umbral de un posible decaimiento democrático por cuatro cosas: nuestro PIB per cápita es de unos $ 9,700 (Banco Mundial, 2018); tenemos un demagogo antipluralista de presidente que hoy se acuesta con la élite a la que antes denunciaba; una estructura democrática frágil, tanto en términos culturales como institucionales; y una violencia rampante que podría orillar a los mexicanos a considerar soluciones autoritarias.

@AlonsoTamez